:: Señuelas ::



 Señuelas que llueven como una tormenta desmesurada y rendida, mojadas esperanzas rotas se apilan en una bodega vieja y cansada, hundida en la memoria colectiva que se tiñe de fábulas y leyendas sobre ausencias y despedidas, sobre semanas que no tienen fin, retratadas en un lunes que duele en el alma, y el resto de días como sueños que cambiamos de ropa para mirarnos al espejo y olernos la suerte, en hermosas profecías cifradas que se acumulan para las ruinas del mañana.


 Señuelas lanzadas al mar del vacío, cuando la culpa duele y la almohada se cierne sobre el hedor de las sinceras biografías escritas para el olvido extraño y medidato, gritos ajenos en la cabeza, sonidos e imágenes prestadas para vaciarnos enteras, como bóvedas enmohecidas y apretujadas en el pecho, calzando la inmesidad del universo misterioso, dando sentido a la ingenua envidia de los dioses: esta vida eterna y sencilla, efímera, única, inconmensuranle, un viaje que suele encajarse como una pieza del rompecabezas que solitario se autoexilia como la gran verdad deshojada, tan bien contada, en millones de falacias.


Las señuelas suelen atrapar su presa, la lectura es un barco inagotable, que se hunde a diario, naufraga, y emerge como la primavera, colores de pasteles y cielos en arreból, la vida en un rayo de sol condesánsolo todo, transformando ocho minutos en esta utópica esperanza, verde de tanto desearla, extraña de tanto esperarla, un suspiro y un nuevo día, la muerte nos espera al final del camino, quisieramos saludarla de frente y con orgullo, de cara al nuevo día, siempre hay un comienzo y un final, la doncella de oro nos abre la puerta y el rastro de quienes nos abandonaron iluminan el sendero, es un paso, una transición, el gran umbral que cíclico nos depara algo que nadie nunca narrará.

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