:: Imperturbable ::



Posado el pájaro, sus plumas de negras sombras cubren como un velo, el manojo de mis ideas.

La chimenea ardiente escupe un vapor ladino, en gélidos términos, helando el espacio abultado de mis preocupaciones, nublando la percepción, encubriendo la miserable salvedad de quienes afanan la confianza directa de la libre disposición de mis pasos.

Transito como siempre, en senderos desconocidos, vertiginosos y escasamente audaces. En completo silencio, un sacerdote de las decisiones se cierne de un espacio virtualmente ajeno, desolado, un desierto de risas y lazos con la historia que no incumbe ni compromete.

El desierto de los parias, los que gozan de una inusual ausencia de la suerte, aunque afortunados conllevan su destino en completa y emancipada contemplación del entorno, como un espejo de las otras entidades que cuelgan de las paredes del plano existencial.

Asuntos que se aremolinan en los senderos con miradas perdidas y estampadas en los adoquines, la ciudad como el eterno barrote que nubla la visión del completo silencio inaugural de las falencias que datan de hace muchos años, cuando se pactó, mediante una búsqueda infructuosa, con las ganas de fluir como un río caudaloso sin que nadie sea testigo de uno mismo, cada día.

El pájaro observa, mientras se acicala las sombras en las sombras, mientras las sombras caen como plumas perdidas a propósito, mientras tamborilea en mi cabeza dura como una gomita dulce de menta, derretida en este día cualquiera, cubierto de sombras.

Lo curioso es que no hay miedo que detenga las múltiples opciones con las que puedo esquivar las plumas que cubren la infante primavera como antesala de un verano infernal, o tal vez sea un pequeño lamento antes del destierro al que acostumbro acudir siempre, hoy en día mas por gusto que por vacilación. 

Tal es el poder de la emancipada preocupación que permite mi elaborada creación de ideas, versos e histerias numeradas como puntadas sin un cauce profundo, efímeras muecas cuelgan en la vereda que nunca supo cruzar hacia el frente, a esta humilde contemplación del tiempo que fluye paralelo al rio de mi existencia.

El pájaro se zambulle presto en ambos cauces húmedos,  su plumaje que goteando espasmos, dibuja una estela de historias que no ocurrirán al sacudirse todo rastro de lo que soy y lo que fui.

Los ríos fluyen furiosos como actores principales en un sendero viejo que los observa sin prestarles mucha atención, pues vanos son los intentos que buscan la perturbación del torrente insesante, desolado y afligido de la calma mansa y meditada, cuando vuelves y te das cuenta de que las cosas no saben como de costumbre. Pero esto noe s algo que pueda asombrarme.

Entonces el pájaro emprende su partida, sabiendo que no hay alimento, pues las dudas nunca estuvieron disponible, o si lo estuvieron, irrelevantes lamentos en las sombras que no conmueven a un cauce casi de mil años, o que ya ni lo recuerdo.

Tal vez el tiempo pueda.... 

No.

Prometí que ya no me vendería falacias coloquiales.


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