:: Viajando para Retornar ::

Uno viaja,
siempre viaja.

Las voces duelen cuando latigazos castigan la memoria y te pones ropa vieja, usada por el mismo cuerpo, pero irreconocible como las imágenes que aparecen tan deprisa, entre vaivenes grotescos de neutros recuerdos.

Siempre el presente al filo de la cima de tu propia montaña, observando detenidamente el precio de la escalada profunda, apacible, agotadora.

Te veo, siempre, hace tanto años que te leo, te busco, te siento y huelo tus días detrás de la ventana.

Como siempre.

Esa nostalgia no se va de un sueño para otro.

Se queda pegada como un perfume de lavanda en la memoria frágil que describe una parte, mi parte de la historia.

Siempre tengo la costumbre de no olvidarte, cuando te marchas, aunque sea al puro chile, mientras somos el resto, un gasto social.

Y te siento pegadita, como un silbido silencioso que habita entre las horas de la contemplación y la nada, esa que tanto me gusta.

Entonces parecen tantas vidas colgadas en un tendedero de colores y retratos, de palabras y diálogos inanimados , imaginados, expropiados de la verdad y la real forma de los acontecimientos.

Uno viaja siempre, pero a veces pone pausa, y se detiene saboreando la divagación silvestre de los momentos que se nos han privado de recordar.

También pude acariciar las dudas y los pesares que acompañaron tanta cavilación. Son como gatos ronroneando entre mis piernas, agradables animales que dejaron de arañarme, ahora clavan mis ojos en un punto difuso y con una espesa niebla binaria, casi en blanco y negro, casi en señal estática.

Entonces, siempre es entonces, el viaje fluye desde los cerros que vigilan una nueva era, el viento que sopla hacia el norte, cuando cientos de hogares encienden su descanso, y en ese descanso, hay ausencias como la lluvia, como la humedad de la vergüenza y el bullicio de lágrimas evaporadas que no nos pertenecen, quedaron atrás.

Y colgado de la ventana, en una leve sonrisa nos vamos de viaje, sin destino conocido ni retorno aparente.









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