:: Efigie ::




Vuelvo, discierno, me excito, vuelvo a recaer en el tibio marasmo que me ubica como una simpática perturbación del orden moral. En tanto energía, expando la mirada hacia el horror de una letanía de plástico, un simulacro de felices vacilaciones que hurgan mi cabeza.
  
Es que hablar de mí, de ti, de todos ellos y los otros. Tantas dimensiones que se abrazan en las noches cuando cerramos el ciclo e intentamos descansar o por siempre olvidarnos de nosotros.

Este agobio que se llena de esperanza, esta suerte de ser más que uno mismo, esta hidalguía de vivir en pleno siglo de las caretas digitales, hidalguía que maquillo con cuanto filtro pillo para poder disimular mi mediocre voluntad de olvidarme de todo lo humano que no sirve para nada.
Nada es más innecesario que una vida humano, que una sociedad humana, que toda la población entera.

En el miedo nos refugiamos, o buscamos la muerte para rendirnos y dejar de martirizarnos como bocas que devoran el conocimiento para vomitarlo como una emoción macabra de ansiedad alegre y bipolarizada hasta el punto de narrarlo todo en serie, generalizado, construido para no perdernos, una pista en las palabras que se lanzan como anzuelos de fantoche indolencia, o terca inocencia vapuleada por el ánimo servil de vivificarnos en un territorio.

La muerte nos visita antes de lo previsto, en esta penitencia de zombis que juzgan a los vivos, a los que viven en primera línea, a los que la sangre no se les destiñó de tanto purgarse en uno que otro silencio contemplativo, de cara al sarcasmo, en otras jornadas que vienen y van, cuando nos deshojamos como la mantequilla que se derrite en cada noche, en cada dejo inclemente de igualdad violada por las cifras, cuando nos endeudamos para comparecer ante nuestros más inverosímiles placeres, eso que congelamos en aparatos electrónicos para mirarlos el día de nunca jamás.

Voy, no pienso, soy impotente, la moral me acaricia el pelo que arde como petróleo y me soba las uñas de los pies, hielo, soy el arrogante regalo de dios, la tierra nos quiere lejos, pero no habla, no gime, no grita, a veces araña la tierra y las olas de sus lágrimas nos ahogan, a veces el viento copula con la suerte y caen rayos del cielo, el viento danza loco para vengarse, llueven y llueven promesas, se inunda la vida entera, morimos algunos pocos, otros son ejecutados por el tiempo, pero esa plaga es lenta y veleidosa.

No se pueda hablar de nadie más que de uno mismo, tampoco es que uno sea el ombligo de la suerte ni de la propia casualidad. Pero a veces uno quiere callarse, y habla y habla. O escribe, teclea, se saca fotos, compone, pinta, canta, baila, juega, ríe, llora, estafa, engaña, descansa, a veces uno es bueno, otras es el malo, tanta verborrea para saberse un punto de vista y sin poco final.

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