:: Un día ::
Avanzar sin mucho detenimiento, esquivando los dardos que llueven del destino, machacando el esfuerzo en cada paso, devorando las huestes de sombras que caminan alrededor.
Este día es un tanto largo, casi elástico. Entre ayeres y predicciones, el peso del cielo abruma mas que de costumbre. Mis ojos se cuelgan de cada rama desnuda, mientras el viento sopla hacia adelante, como empujando las ansias de armar la maleta y salir corriendo, o darse vueltas como un trompo viejo, girando en el vacío.
Quizás estemos girando, todo se detiene en un ciclo con fecha límite, la lienza del alma se desenrolla como un látigo en la carne abierta de tantas divagaciones sin destino ni fundamento.
Siempre quise amar al todo, descifrarlo hasta la médula final, saturarlo de preguntas y embriagarme con su indolente capacidad para dejarme plantado, en las miles de citas que leí, que escuché, que olí, que observé, que busqué, días y noches que no terminaron, que terminan y nunca volverán.
El frío de la mañana cincela la pendiente del falsario, todo al descubierto, el carácter abrigado de tantas respuestas se sumerge en un baile de media vuelta y renuncia; acontece el ocaso de rompe y rasga, las vacilaciones aplauden enardecidas, ciegas de tanta devoción, lujuriosas y abrazadas a mis piernas, tanto que tambalean de los muchos giros sin fondo ni meras preocupaciones.
El día cobra su precio, por esa hermosa propiedad elástica de la contemplación del espacio conforme al tiempo. Todo es una geografía sincrética copulando con la plasticidad sintética de la falacia, cimentada en la necesidad.
¿Y se renunciáramos a la necesidad? ¿Y si hiciéramos caso a nuestra irrelevancia? Toda moral salina sería un grito espantoso, placer del universo, voluntad de lo infinito, las piedras, la emancipación, el anhelo quebrado, la renuncia, un viejo vals con máscaras y el cuerpo como un traje de gala, las manos aferradas a la suerte, penetrándola fuerte, gimiendo el miedo y recibiendo la suculenta procesión de un orgasmo que duraría toda la existencia.
Pero no.
El día cobra su precio, siempre.
La noche te convida de su propia melancolía, en el viaje maravilloso de los que no adolecen del tiempo ni los límites terrestres. En el castillo de los sueños, la ruleta rusa de las sensaciones, el dulce aroma de lo desconocido, desdoblando esta estentórea realidad que aplacada sucumbe a las delicias de tu propia imaginación por debajo de la almohada que solapa la conciencia, o la construcción de lo que realmente vale la pena soñar.
Narraciones que se tornan difusas y duran un par de pestañeos cuando despiertas, cuando abren la celda de la prisión de la carne, y las alas robadas se tornan invisibles, discretas, escondidas y aferradas a los postulados que nos permiten comprar otro día mas, ojalá a bajo costo y sin muchos sobresaltos.
Siempre avanzando, quizás esta vez los dardos hagan su trabajo, y la línea recta de la vergüenza sufra una diminuta bifurcación en tu esencia, que mezclada con un pequeño sorbo de vertiginosas sensaciones nuevas, puedan atribuirle un nuevo elemento a esa olvidada alquimia de la belleza, en este tiempo que nos prestaron para encontrar las respuestas equivocadas.
Tantos mundos, tantos días, elecciones dentro y fuera del piano de las oportunidades, siendo la propia sinfonía de la oscilación silvestre y equilibrando afinaciones disonantes, mientras bailas las menudencias de una obra maestra, al servicio del gran banquete de lo incorrecto. Y una lámpara ilumina el suave giro del vestido blanco de mi espíritu que seduce todas mis santiguadas verdades con las que me fabrico una careta, meto mi lengua en mis sombras que me imploran por una caricia lujuriosa, mientras tejo un chaleco con el peso del cielo para limpiarme las manos y amarrarme las maletas en la espalda para enrollarme como un trompo y girar hasta el fin, arrasándolo todo, con la elegante capacidad de amar para siempre.
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