:: un chicle en el zapato ::
Siempre ocupamos las mismas palabras para edificar. En el cliché masticado hasta dejarlo sin aroma y sin sabor, dejamos tantas fotos olvidadas en cualquier parte, como los zapatos, los sostenes, las bragas, la polera, el pantalón, el sudor, el hambre, la belleza encerrada con llaves de malgastada esperanza y silenciosa generosidad.
Entre tantos momentos que se marchitaron, el propósito justificado en juramentos masacrados que paseamos en la pasarela o colgamos en la vitrina del morbo y el voyeur.
Orgullosos de que el amor se conjugase en nuestra boca, se grita a los cuatro vientos, se publica hasta en el obituario de turno, en todas las redes sociales, se busca el ángulo perfecto, se sube la foto y se remata con el apodo que le pusiste al que amaste, en ese tiempo
Pero, nunca se piensa en el futuro. No existe. Nunca vendrá. Entonces la paja de entrar la ropa y volver a buscar apodos. Volver a ponerle nombre al amor, sea cual sea la figura: uno nuevo, uno viejo, el espejo, uno mismo, las mascotas, las causas primeras, la reconstrucción de las mismas falacias, despegar el chicle del zapato y volverlo a colorear.
La dialéctica del amor. El triunfo o el renuncio, la paz y la vergüenza, el amor de toda la vida, o el que entra sin permiso; los animales ahogados o los que se fueron, un momento, una fecha, un silencio; hay palabras, muertas o chistosas, nuevas o melosas, refinadas o estéticas, filosófas o conjuros del diablo, un buen café, una comida, el hambre o las drogas, la locura, la calma, la calle, la ciudad o la casa, la tuya o la mia, aleluya que paja.
Entonces viejos y pobres los que dudan, y sólo viajan de noche, juntando historias, apagando cigarrillos y destapando tempestades, emprendiendo retiradas para no masticar chicle.
Otra vez.
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