:: Ejecución ::
Agujeros celestes contorsionan las miradas que se ubican en la mitad de la jornada larga de la existencia.
Cuento corto, destellos bombardean la prudencia y siempre se camina en procesión y en solitario cuando creas, cuando amas y cuando sufres.
Las acacias y el sol en sus manos, brotan por calles antiguas y desordenadas que camino a diario cuando la ciudad es una burbuja que no quise abandonar.
En la provincia somos de la provincia.
Alejados del otro país, ahora es muy probable que te informes con sopaipillas pasadas a verdad, en una esquina cualquiera, metiendo un dedo, de repente una foto, de repente las redes, de repente la mano quebrada, los dedos oxidados, los ojos dibujando paneles al frente de la cabeza, llamando, sonando ocupado, en la telepatía replicada de los satélites transnacionales, y el cuerpo de repente se puso plástico, indeleble, inmortal, imperecedero, y ya no lloramos, ya no reímos, no fornicamos ni podemos bañarnos en el mar, el cuerpo pesa toneladas de progreso mientras la consola intenta ubicar al alma que le vendimos a la posverdad.
Aunque falte para eso, seguirán las turbinas girando, proporcionando la electricidad necesaria para publicarte en las redes y sentirte interesante.
Entre tantos engaños que leo a diario, imprimirme y publicarme en las paredes de la realidad binaria es casi un desahogo alborotado, un pequeño gustito que nos regalan como otra de sus tantas galletas de adiestramiento.
Renunciando y volviendo, esta eterna búsqueda del sentido, de lo bueno ,o de lo malo.
Macabros regalos tras las definiciones de toda la historia de esta raza que vuelve presta al inicio, o al reinicio.
Veo entonces a la posverdad abierta de piernas, desnuda y preñada, le cuelgan sus tetas grandes y jugosas, un falo imponente en la frente y la mierda saliendo en el culo de sus ojos. En sus manos se abren dos vaginas que empiezan el trabajo de parto. Asoman sus garras los mercenarios de la misericordia y la constatación; el falo se abre en cuatro pariendo el cerebro de una orquesta sincrética que toca las tiernas melodías del flautista que gobierna las ovejas que somos y que vamos en silencio a nuestros propios santuarios o mataderos, da lo mismo.
Acacias reciben bastardos con manos de sol y piel de luna, mientras mis ojos no paran de reír ante semejante paja que me corrí mientras caminaba en silencio, imaginando, pensando, volviendo al sepulcro, una y otra vez.
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