Juramento.



Espasmos, goteras, suburbios, ostentaciones, sacerdotes de la lujuria, vagos que mendigamos la hipocresía de la eternidad, nos inyectamos un poco mas de nosotros mismos, aullamos, gritamos en silencio, dejamos que otros canten nuestra vida.

¿Que es la vida sino un violento regalo que mecemos para dormitarlo lento y fugaz, en una emancipación errada y heredada de otra existencia, recordamos el pasado, el otro pasado, como un amuleto, como un juramento, y nos envolvemos en la basta densidad de la peregrina esperanza de que obtendremos todas las respuestas, o quizás la única importante?

Caminando voy recogiendo los pedacitos del espacio que vendí en la primera edad. Renuncias que arden en mi cabeza como luciérnagas lujuriosas que me tocan sin miramientos, hasta alcanzar un pequeño desastre con olor a orgasmo sin fondo. La cama me hunde, el escenario huele a un delgado desprecio, sábanas llenas de estrellas muertas hace millones de años, la rudeza silvestre me rodea en una lógica plastificada, saneada por las palabras que descomponen, el paso borracho de miles de caminatas, hasta que al fin reconozco el sendero de un hombre solitario, orgulloso, altivo, multipolar, multiversal, el manto , oh madre, la gran noche que profesa su amor por uno de sus hijos predilectos, amor hacía las sombras, amor hacía el misterio de tus caminos, amor hacia el horizonte negro que baila las alabanzas de la mueca estelar.

Siempre es el mismo destino. Siempre cuando abro la puerta sufro de engaños basados en la posibilidad, y estoy seguro que hay muchos como yo en las inmediaciones de la mediocridad. Bastardos que compramos boletos para el crucero de la expectativa que siempre se hunde al primer aviso. O tal vez la ceguera.

Siempre me detengo a observarte, amada madre, te busco como la sombra pegada a la teta del suero que todos bebemos como cualquier adicción, para sopesar esta condena.

Conocerte es una necesidad que yo elegí en otras dimensiones. Quizás las pistas me llevaron a seguirte hasta este lugar, y la estrella central insiste en quemar mi envase sin brillo. Arden las heridas, supuran tedio y resplandor en este lento pasar que con miedo me arraigo para no partir demasiado pronto. Abrazo la esencia de mi cobardía con piedad, la beso profundamente para bautizarla como el motivo del odio que envenena mi saciedad. En este lado oscuro suelo refugiarme opacando la estentórea ansiedad; soy el predilecto hermano del amanecer, el guacho bastardo del mediodía, el que intenta escupir al cielo recibiendo bofetadas, el acertijo, la mentira y la muerte que tanto nos agrada.

Siempre me pregunto si mis hábitos son intercambiables. La ropa se pasa a vidrio, el aliento cansado extrae la verdad después de todo. Manejo una plétora invisible de anhelos cuando la hierba verde anuncia el invierno del invierno; los guardo como una fotografía en mi billetera, junto a la de mis hijos.

Es todo lo que puedo ver,
en estos días.


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