Bisiesto

Bisiesto.

El año de las luciérnagas que revolotean por el hielo cuando, y esto es absolutamente innecesario, las estaciones ocurren en menos de veinticuatro horas.

Cada cierto tiempo suelo caminar desnudo, cubriendo mis orejas de todo lo que me rodea. Hace hambre, hambre de narrar insolentes epitafios que imagino en el hermoso mausoleo donde suelo enterrar todas las emociones poco importantes o que aportan demasiado para respirar las delicias del gélido desprecio cuando el mundo gira repentinamente, sin previo aviso.

Ahora suelo esconderme muy adentro. Dibujé una mueca en el centro de una nueva catacumba clandestina. Soy la bilis cristalina que urge por enterrarse al borde del miedo, la garita que amanece con la cara cerrada de tanto esperar, el ciclo y el remanente de Jack.

Pongo estacas en cada pregunta. Las mido con escuetas llagas de otros años. Hoy no son mas que costras que junto en un tarro para cambiarlas por discretas carcajadas producto de la irónica dependencia a las calles trasnochadas, sin vida,  con perros aullándole a mis zapatos gastados de hundirse en la ingeniosa forma de construir pistas para que me siga la sombra que espero desde el momento que no pude con mi propia existencia.

En esta catacumba me protejo de los consejos del sol, de las oraciones de la luna, de las caricias de la lluvia, de los sermones del océano, de las enseñanzas de los cerros y de la seducción de la neblina.

Es cierto. Si. Es cierto.

A veces me olvido de mi armadura que me forjó mi vieja para protegerme de las mariposas que mecen la cuna de la ceguera, el engaño que asesina en cámara lenta. Descalzo y desnudo sigo tratando de encajar en un cuento de gente grande al cual no soy bienvenido ni mucho menos invitado.

Pero también es cierto que todos nos empinamos para mirar por la ventana. También es cierto que somos una ventana y el mundo infinito nace y muere a cada momento, en todo lugar por donde pueda viajar la imaginación en esta esfera redonda, sin esquinas, sin casualidades, forjada a punta de pactos no forzados y que crecieron en fuera de juego, anulados y expulsados con roja directa.

Somos la observación silente del viejo Jack.

Usualmente prendo un bracero con lágrimas desgastadas y que ya no fueron necesarias. Me abrigo de las viejas decisiones para escapar como un fantasma que nadie deba conjurar. Me acuesto en tercera persona singular para dormir escuchando canciones de vidas pasadas. Suelo quemar el cancionero cuando me da rabia y me sumerjo en sueños que me abracen para ignorar el destierro que elegí por opción no forzada.

Quizás me pregunto si estoy triste. Y luego, en esta inconclusa dualidad de la conciencia, suelo sonreir.

Nada tiene un complejo final.

Nada.

Cierro la puerta porque hace tiempo hay olor a gladiolos y a marcha atrás.

Soy el sabor insípido de la dulce derrota de Jack cuando se enamoró en un año bisiesto.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Paganini (diabolus in musica) Adagio flebile con sentimento

:: Nocturno ::

La autopoiesis de Maturana (y Varela): ¿Seres sociales o seres individuales?