:: Ad Eternum Expecto::

Nadie es perfecto.

En esa perfección que encontramos en las nubes,
cuando acostados en el patio de las equivocaciones
miramos al cielo.

Y entre la noche que nos pilló contando chauchas
para comprar la última chela, las estrellas se perdieron
entre difuminadas sonrisas que valientemente miraron
tanto tiempo desde un lugar equivocado.

En la siesta de ojos abiertos, colgados de la ventana,
esperando de manera silente
el inicio del otoño dorado cubierto de hojas y hojas
que se pegaron como estampillas, entre las ruinas
que poco a poco descubres
como ecos de una elección
que se resiste al último suspiro.

Nada es perfecto.

Pero el viento pegaba fuerte, en el rostro
ígneo de rebosadas carcajadas
que sólo los que corremos bajo la influencia
del alcohol,
podemos disfrutar de la mano
cuando huyes de todo lo que te rodea.

No sabemos donde los pasos,
donde el destino,
donde la suerte,
la mediocre renuncia diaria,
para dormir como artistas cansados
de interpretar un papel que nunca nos
aprendimos muy bien.

Nadie negó nunca que era el momento preciso.

Pero mira, si el espejo aún aguanta
unas cuantas jornadas rematadas
de inseguridad,
puede el cuerpo como envoltorio
que comienza a despedirse de la simpleza,
para profundizar la calma
que al final es el único premio
que podríamos obtener,
como eso que llaman plenitud,
empezar a comulgar con el alma
para hacer el amor y liberarse
de las cadenas ardientes
que moralmente superan a la razón.

Nadie es perfectamente sensible.

Pero mira, se puede partir con mirar
las calles
y, observando que todo es una promesa
de perseveradas delimitaciones
del espacio,
poco a poco la mecha llegará
a la dinamita,
y, cuando todo estalle,
puedes recibir el tortazo con la meditada
preparación,
o simplemente dejarte llevar por el
éxtasis de la meticulosa pronunciación
del dolor pasajero.

Porque el dolor es perfecto,
no comete errores,
puedes manipular un cuchillo
a la velocidad de la luz
o en cámara lenta,
la sangre siempre brotará de tal manera
que toda la prudencia
será en vano.

Promesas de perfección y chances de
furibundos acontecimientos, que
se miran en las flores de los jardines
que no nos pertenecen,
la tierra es un invento enterrado bajo el asfalto
o el cemento,
o por esta vida como sopaipillas remojadas
en la posmodernidad.

En cada palabra escrita, en cada pared rayada,
en cada correo enviado ¿Acaso no se nos va
la vida?.
El sedimento insiste en cuadrarse
en pequeños momentos para la adicción de un coleccionista,
quizás podamos jugar a las láminas toda la vida
y preguntarnos situaciones imaginarias,
pero dime:
¿Cuántas cucharas tienes dobladas en tu pecho?.

El señor Anderson siempre nos dijo
que al final es todo un asunto de credibilidad,
es imposible doblar cucharas, sino darse cuenta
que todo lo que tenemos alrededor no existe,
es un invento,
una adosada realidad que nos provee de la idea
de la seguridad.

Quizás mis hijos llorarán en mi tumba
y dirán que fui un hombre,
sin siquiera conocerme.

¿Qué sabes de tus padres?
¿Quiénes fueron?
¿Amaron? ¿Fueron honestos y humildes
servidores de la historia de la humanidad?

Quizás irás a ponerle flores cuando te lo indique
el día de los muertos, o cuando menos te lo esperes.

Quizás los padres son el espejo de nuestras equivocaciones.
Quizás son los centinelas del odio de los dioses,
que, en su afán de someternos, abogaron por la incertidumbre
para educarnos con valores prestados
que, hasta el día de hoy, nos tatuamos en la lengua
para no tener peso de conciencia,
para no irnos al infierno del desprecio, heredando el odio
de lo que quisimos hacer en la verdad mas absoluta que
nos susurramos al oído.

La verdad verdadera y la conshesumadre.

La verdad no es perfecta, pero pregúntale a tu almohada
sobre la verdad, pregúntale tú, que escribes como condenado a muerte,
y responde con sinceridad.

No.

Porque eres perfecto, eres puro temor cuando duermes.

Eres la perfecta mentira, Mitómano te maldijeron alguna vez.

Entonces las nubes se marcharon y abrieron todo el día.

El sol quemaba la piel y a mi lado el mundo era sombras, 
zozobras de un cuerpo que se convirtió en pétalos de amapala
que quiso salir corriendo
mientras aladas prostitutas sonaban como trompetas ebrias
para llenar el hueco que la discreción de final de temporada
acontecía mientras el hilo enredaba el cuerpo
para descompaginarme desnudo y sin ropa, con la mirada perdida en
el sur, sin lluvia, 
sin verde, 
en el espejo marrón del desierto y sus oraciones,  
polvo al polvo,
día y noche por noche esperando, 
trombones de pasta base, 
extorsión de charchazos en un resfriado boliviano, 
habladurías del mundo que se anotan en la mano
para versear insaciablemente.

Nadie dijo que todo iba a ser perfecto.

Entonces miro y aplaudo, 
tiro piedras a la pantalla 
esperando que su infinito binario 
lleven mensajes codificados
al espacio exterior de los cerros 
por donde caminamos como perros locos
que siguen la suerte de un carrusel
extraviado en la quimérica degradación de 
la ruta salvaje que nos pilló perdidos
mientras las trompetas y los trombones 
seguían sonando al sol de un árbol
que ardió en llamas
cuando todos se alejaron de la insolente
constipación que pudimos inaugurar
con un par de caprichosas miradas
perdidas
hasta mas no poder.

No hay camas ni patria convencidas
para recibirnos.

El tiempo y sus malditas perfecciones perfectibles.

Cuántos cilindros de humo han de bastar
para que dejemos de lados el acierto, 
causa perdida, 
dime cuántos, cuántos, cuántos...

Donde la cuanticidad aburre hasta el cansancio.








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