5.20.2018

Juramento.



Espasmos, goteras, suburbios, ostentaciones, sacerdotes de la lujuria, vagos que mendigamos la hipocresía de la eternidad, nos inyectamos un poco mas de nosotros mismos, aullamos, gritamos en silencio, dejamos que otros canten nuestra vida.

¿Que es la vida sino un violento regalo que mecemos para dormitarlo lento y fugaz, en una emancipación errada y heredada de otra existencia, recordamos el pasado, el otro pasado, como un amuleto, como un juramento, y nos envolvemos en la basta densidad de la peregrina esperanza de que obtendremos todas las respuestas, o quizás la única importante?

Caminando voy recogiendo los pedacitos del espacio que vendí en la primera edad. Renuncias que arden en mi cabeza como luciérnagas lujuriosas que me tocan sin miramientos, hasta alcanzar un pequeño desastre con olor a orgasmo sin fondo. La cama me hunde, el escenario huele a un delgado desprecio, sábanas llenas de estrellas muertas hace millones de años, la rudeza silvestre me rodea en una lógica plastificada, saneada por las palabras que descomponen, el paso borracho de miles de caminatas, hasta que al fin reconozco el sendero de un hombre solitario, orgulloso, altivo, multipolar, multiversal, el manto , oh madre, la gran noche que profesa su amor por uno de sus hijos predilectos, amor hacía las sombras, amor hacía el misterio de tus caminos, amor hacia el horizonte negro que baila las alabanzas de la mueca estelar.

Siempre es el mismo destino. Siempre cuando abro la puerta sufro de engaños basados en la posibilidad, y estoy seguro que hay muchos como yo en las inmediaciones de la mediocridad. Bastardos que compramos boletos para el crucero de la expectativa que siempre se hunde al primer aviso. O tal vez la ceguera.

Siempre me detengo a observarte, amada madre, te busco como la sombra pegada a la teta del suero que todos bebemos como cualquier adicción, para sopesar esta condena.

Conocerte es una necesidad que yo elegí en otras dimensiones. Quizás las pistas me llevaron a seguirte hasta este lugar, y la estrella central insiste en quemar mi envase sin brillo. Arden las heridas, supuran tedio y resplandor en este lento pasar que con miedo me arraigo para no partir demasiado pronto. Abrazo la esencia de mi cobardía con piedad, la beso profundamente para bautizarla como el motivo del odio que envenena mi saciedad. En este lado oscuro suelo refugiarme opacando la estentórea ansiedad; soy el predilecto hermano del amanecer, el guacho bastardo del mediodía, el que intenta escupir al cielo recibiendo bofetadas, el acertijo, la mentira y la muerte que tanto nos agrada.

Siempre me pregunto si mis hábitos son intercambiables. La ropa se pasa a vidrio, el aliento cansado extrae la verdad después de todo. Manejo una plétora invisible de anhelos cuando la hierba verde anuncia el invierno del invierno; los guardo como una fotografía en mi billetera, junto a la de mis hijos.

Es todo lo que puedo ver,
en estos días.


5.09.2018

Memoria fotográfica virtual

De espaldas. Retrocediendo en dirección contraria, a veintinueve fotogramas por cada paso que nos aleja. Sabemos que nada hay que borrar. Todo fue construido a pulso. Esta casa de madera donde nos resguardamos del mundo. Tantas habladurías que rien a carcajadas. Tantos ojos que se besan eras enteras. Tu nombre sobre el mío. Cómplices de manos que se observan y que abren tantas puertas, levantando las cuatro paredes, esperaron al otro en silencio, sirvieron sopita con un ajo guacho que se quiso quedar con nosotros. Quizás no había nadie para entenderlo, ni nosotros siquiera. A veces el frío, a veces la lluvia, unas miles de cervezas y noches que esperarían el alba argenta que todo lo perdona. Pero seamos honestos, no todo fue tan malo, ni siquiera para el mundo que siempre llegó queriendo aguar la fiesta. Porque somos la fiesta, el amor y las sonrisas. Sentados en alfombras de miles de hojas amarillas decondicionamos el cielo para salpicarlo de colores, que tanta falta le hacen a esta vida, que esperamos por tanto tiempo, quizás desde que nacimos y buscamos la cuchara doblada, sin saber que la gracia era que no existe, sólo acá, en esta casa de madera que aulla con el viento, de tanto amar. Siempre perdiste, pero tienes presteza en ganarme en todos los juegos que invento para ti. Si, lo sé. Siempre los hago para que me ganes y verte sonreir. La ropa sigue envejeciendo, afuera vuelan los autos y las flores se cultivan en las nubes. Hay seres muertos que cohabitan con la octava revolución industrial. Nos han ofrecido el edén y una cita con el dios que queramos para vender esta casa. Lo que ellos no saben es que nunca tuvo precio, cuandos de espaldas, a vientinueve fotogramas por segundo, cada cual volvió a sus asuntos, en paz, guardando lágrimas en cada hoja que caerá en nuestros pies. Donde no hubo fabulosas destrucciones ni mucho menos epitafios para olvidar.

5.07.2018

Bisiesto

Bisiesto.

El año de las luciérnagas que revolotean por el hielo cuando, y esto es absolutamente innecesario, las estaciones ocurren en menos de veinticuatro horas.

Cada cierto tiempo suelo caminar desnudo, cubriendo mis orejas de todo lo que me rodea. Hace hambre, hambre de narrar insolentes epitafios que imagino en el hermoso mausoleo donde suelo enterrar todas las emociones poco importantes o que aportan demasiado para respirar las delicias del gélido desprecio cuando el mundo gira repentinamente, sin previo aviso.

Ahora suelo esconderme muy adentro. Dibujé una mueca en el centro de una nueva catacumba clandestina. Soy la bilis cristalina que urge por enterrarse al borde del miedo, la garita que amanece con la cara cerrada de tanto esperar, el ciclo y el remanente de Jack.

Pongo estacas en cada pregunta. Las mido con escuetas llagas de otros años. Hoy no son mas que costras que junto en un tarro para cambiarlas por discretas carcajadas producto de la irónica dependencia a las calles trasnochadas, sin vida,  con perros aullándole a mis zapatos gastados de hundirse en la ingeniosa forma de construir pistas para que me siga la sombra que espero desde el momento que no pude con mi propia existencia.

En esta catacumba me protejo de los consejos del sol, de las oraciones de la luna, de las caricias de la lluvia, de los sermones del océano, de las enseñanzas de los cerros y de la seducción de la neblina.

Es cierto. Si. Es cierto.

A veces me olvido de mi armadura que me forjó mi vieja para protegerme de las mariposas que mecen la cuna de la ceguera, el engaño que asesina en cámara lenta. Descalzo y desnudo sigo tratando de encajar en un cuento de gente grande al cual no soy bienvenido ni mucho menos invitado.

Pero también es cierto que todos nos empinamos para mirar por la ventana. También es cierto que somos una ventana y el mundo infinito nace y muere a cada momento, en todo lugar por donde pueda viajar la imaginación en esta esfera redonda, sin esquinas, sin casualidades, forjada a punta de pactos no forzados y que crecieron en fuera de juego, anulados y expulsados con roja directa.

Somos la observación silente del viejo Jack.

Usualmente prendo un bracero con lágrimas desgastadas y que ya no fueron necesarias. Me abrigo de las viejas decisiones para escapar como un fantasma que nadie deba conjurar. Me acuesto en tercera persona singular para dormir escuchando canciones de vidas pasadas. Suelo quemar el cancionero cuando me da rabia y me sumerjo en sueños que me abracen para ignorar el destierro que elegí por opción no forzada.

Quizás me pregunto si estoy triste. Y luego, en esta inconclusa dualidad de la conciencia, suelo sonreir.

Nada tiene un complejo final.

Nada.

Cierro la puerta porque hace tiempo hay olor a gladiolos y a marcha atrás.

Soy el sabor insípido de la dulce derrota de Jack cuando se enamoró en un año bisiesto.

:: El Rio invisible ::

Es hacia el ocaso, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa,  hacia esa curiosa dirección por dónde nos inclinábamos cuando éramos chicos. En el...