:: Carpa de Gitanos feat iki kadin ::



Tal ves sean las hojas, que bulliciosas cruzan las calles
por donde te alejaba, 
quienes dejaron de borrar imágenes
-tantas imágenes y tan sólo una mirada-
para bailar con mis cavilaciones.

Es imposible distinguir el otoño
de las hojas que se imprimirán
cuando sea el tiempo preciso
y se disipe la niebla.

Quizás ya nos acostumbramos
a mirarnos entre lenguajes coloquiales
y ciclos binarios, 
entre medio de páginas y páginas
almacenadas como una reliquia
póstuma,
que permita el estudio y la observancia 
de la correspondencia,
(sutil e impalpable),
de las vidas que se vuelan con el viento.

Y luego, 
el encanto, 
el esfuerzo por escabullirse en una pirueta,
osos polares que saben andar en bicicleta
reciben el aplauso de la platea, 
de la normalidad indigna, 
de plástico, 
planteada como un ligero lumbago,
sin ibuprofeno.

La vida puede esperar todo lo que quiera,
entre peñascos de magia negra y aprendices sentados
bebiendo cerveza, 
la hierba de papas fritas es frondosa y esconde
la suerte de soñar despierto,
durante unas horas sincréticas
e inevitables.

Y las hojas caen como espejos rotos
y no me harán hablar mas de la cuenta, 
total, 
la narrativa y la producción rebelde
se vendieron a la burguesía, 
al encuentro del reclamo que se lima 
con billetes
y buena comida, 
con esa manera loca de buscar la definición de si mismo, 
acomodándose las definiciones 
que justifiquen la presencia en este planteamiento
teórico, 
dialéctico 
y empeñado en borrar la estruendosa esquizofrenia de la vida, 
condenada al exilio de la muerte,
al fin del juego.

¿Por qué no la vida eterna?

¿Por qué no unos cuantos miles de años?
¿A quién hemos de servir como entretenimiento, allá lejos, en el fin del multiverso?

Esta pos verdad cuántica que significa lo que se le da la gana. 
Busqué y busqué entre las menudencias de los morales como yo, 
ubiqué algunas otras apreciaciones serviles a este engaño de la vida
racional, 
esta ineludible indecencia de amoldar emociones inconmensurables, 
siendo a través de nuestro peregrinaje, 
un instrumento mas para la conservación de la especie; 
esta virus que arrasa con la plenitud de una tierra virgen 
para penetrarla con violencia
y preñarla de indolencia, 
de espanto, 
de miles de bolsas de basura que hemos colgado en nuestras puertas
para enviarlas al país de nunca jamás, 
o para olvidarlas, 
en el mejor de los casos. 

Simios sin pelo drogados por la efectiva forma con la que despista la cordura, 
el placer y la cuantiosa mediocridad para comprar 
-o arrendar, en una casa prestada, o la figura que sea- 
un pedazo de tierra que sirva para depositar el culo y poder dormir.

No.

Yo no te voy a hablar de eso. 

Menos ahora.

Quizás podría contarte la historia triste 
de los días que marcharon como soldados
a una guerra que nunca dieron por perdida.

No, tampoco. 

En eso somos expertos.

Tal ves podría tomarte de las manos y besarte como un acorde 
gitano que bailó conmigo toda una tarde, 
en mi cumpleaños.
Y mis botas, 
y la suerte echada a punta de charchazos 
de la fiesta que animaban un par de cortinas,
el sol que se colaba por la ventana, 
el sábado quiso ponerse con las cervezas, 
el espacio vacío puso la música, 
y yo bailaba girando con los ojos cerrados
para marearme luego y cansarme de tanta estupidez.

Quizás me miraste de soslayo, 
quizás pudiste oler toda mi esperanza odiosa
cuando te tomaba del brazo, 
cuando narré tus mejillas
(malcriadas) ,
para moldearlas con el silencio de mis labios secos,
de tanta espera.

El brujo extrae su corazón 
y me lo presenta como un obsequio.
Yo lo recibí con ojos de vidrio empañado, 
mientras alguien me sacaba la lengua
y yo le sonreía.

Tal ves sea la carpa que se mecía con el tiempo enmarcado en un par de segundos

que se colgaron de las nubes
para detenerlas
sin temor a equivocarse
nuevamente.

Tal ves sean las hojas, 
que silenciosas mecieron la calle por donde 
se alejaban las aves,
Y mientras las seguía, emprendieron el vuelo,
(y mientras se alejaban, mudaron su plumaje)
cambiaron la careta, 
se hicieron puntos suspensivos,
invisibles, 
inconmensurables emociones
que guardo aquí en mi pecho.

Quizás vuelvan a beber
o a danzar, 
cuando sea el tiempo de los gitanos
o hasta cuando dure.

Nadie lo sabe.



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