:: Disconnected ::
Hay algo que no huele bien.
Cables que se desordenaron peleando hasta la fricción caliente
de los pelos que se van de la plaza de los juegos de antaño.
Guitarra que cantas a un público que sufre de sordera gutural
y extenuada, te cuelgas al medio día para que te seques con el fuego
del cielo que borra las cenizas para que no hayan huellas.
Hay algo que no cuadra.
Endiablados motivos urgen en ocultarse para todos lados,
no te sigo, no te puedo volver a colocar en un encuadre
que cubra la pared que me involucre ostentosamente
en la complicidad eléctrica de pelos en punta.
Hay algo que se ha desenchufado.
Agotadas emergencias que se comparte, suelen llegar tarde
cuando los gritos ametrallan el compás salvaje de
terminaciones perfectas que llegan a su fin.
Hay algo que sufrió un desperfecto.
Lenguajes y códigos que brillan cuando se compran
en la ferretería de los sueños, ahora saben a moho
machacado con el óxido empalagoso de las cosas
indescifrables que cada cual tiene la única llave,
sin copias para compartir aberturas de nuevos
días que no vuelven.
Hay algo que se peló con un cuchillo mellado,
mientras el filo de la sapiencia se detiene
en una paz que no concede un fin necesario,
pero por sobre todo muy cerca
y tan aparente.
Esta noche rezaremos por que otros no nos escojan
como sabuesos del camino,
tendré cuidado en no guiar a nadie para nuestro lado,
porque todo se está cayendo a pedazos;
en el abismo final de la pendiente,
las piedras suelen encallar en el rostro
en forma de lágrimas con sabor a tierra de otro mundo,
a sal de una candorosa muerte,
a un funeral con fecha de vencimiento,
con flores necias que bailan en la demora
del sacerdote que no termina de almorzar
todas las razones
que se invirtieron en la bolsa
del estruendoso y solemne
final
de una teleserie
anunciada
por
ondas radioactivas
y quedadas en velo
pues las camas se compraron para usarlas
en ambientes separados.
Yo me iré con mi guitarra cantando.
Lloraré todas las letras que me clavé
en el techo,
las espuelas son para seguir buscando
el camino,
las migajas se las daré a una hermosa
postal que te juro que pintaré
cuando bailemos
por última vez.
Cuando los pañuelos cuelguen del pañol,
sea un día soleado, nublado en los ojos,
apocado por el sublime dolor
de la distancia que poco a poco
fuimos decorando con las orejas planchadas
para no contarle a nadie
donde dejamos el agua
que no regó las flores
que nos esperan
en nuestro entierro.
El arte de postergar el funesto motivo
para crecer.
Cables que se desordenaron peleando hasta la fricción caliente
de los pelos que se van de la plaza de los juegos de antaño.
Guitarra que cantas a un público que sufre de sordera gutural
y extenuada, te cuelgas al medio día para que te seques con el fuego
del cielo que borra las cenizas para que no hayan huellas.
Hay algo que no cuadra.
Endiablados motivos urgen en ocultarse para todos lados,
no te sigo, no te puedo volver a colocar en un encuadre
que cubra la pared que me involucre ostentosamente
en la complicidad eléctrica de pelos en punta.
Hay algo que se ha desenchufado.
Agotadas emergencias que se comparte, suelen llegar tarde
cuando los gritos ametrallan el compás salvaje de
terminaciones perfectas que llegan a su fin.
Hay algo que sufrió un desperfecto.
Lenguajes y códigos que brillan cuando se compran
en la ferretería de los sueños, ahora saben a moho
machacado con el óxido empalagoso de las cosas
indescifrables que cada cual tiene la única llave,
sin copias para compartir aberturas de nuevos
días que no vuelven.
Hay algo que se peló con un cuchillo mellado,
mientras el filo de la sapiencia se detiene
en una paz que no concede un fin necesario,
pero por sobre todo muy cerca
y tan aparente.
Esta noche rezaremos por que otros no nos escojan
como sabuesos del camino,
tendré cuidado en no guiar a nadie para nuestro lado,
porque todo se está cayendo a pedazos;
en el abismo final de la pendiente,
las piedras suelen encallar en el rostro
en forma de lágrimas con sabor a tierra de otro mundo,
a sal de una candorosa muerte,
a un funeral con fecha de vencimiento,
con flores necias que bailan en la demora
del sacerdote que no termina de almorzar
todas las razones
que se invirtieron en la bolsa
del estruendoso y solemne
final
de una teleserie
anunciada
por
ondas radioactivas
y quedadas en velo
pues las camas se compraron para usarlas
en ambientes separados.
Yo me iré con mi guitarra cantando.
Lloraré todas las letras que me clavé
en el techo,
las espuelas son para seguir buscando
el camino,
las migajas se las daré a una hermosa
postal que te juro que pintaré
cuando bailemos
por última vez.
Cuando los pañuelos cuelguen del pañol,
sea un día soleado, nublado en los ojos,
apocado por el sublime dolor
de la distancia que poco a poco
fuimos decorando con las orejas planchadas
para no contarle a nadie
donde dejamos el agua
que no regó las flores
que nos esperan
en nuestro entierro.
El arte de postergar el funesto motivo
para crecer.
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