:: Over the Wall ::
Al otro lado del muro,
ese que nos divide entre los que
perdemos la mente a diario y los que metieron la cabeza al inodoro,
solemos apaciguarnos con mentiras
danzantes que nos protegen de la verdad.
Giramos de cabeza para besarnos con la
locura, revolcarnos con ella, para luego dejarla tirada en la cama, mientras
nos disfrazamos de payasos que divierten al mundo entero.
Somos el desfile monumental de
psicópatas sin patria, un día lunes cualquiera, con cara de funeral, colgados
de un gélido barrote, ganando algunos segundos de sueño, elaborando un motivo
que sirva de excusa para terminar la jornada laboral.
Cuántos de nosotros adoramos la
renuncia, en un completo silencio enmarañado por las decisiones que nos definen
como un amuleto para la banca, para los economistas, para los que succionan la
sangre de la tierra y la invierten en sus poderosos sometimientos.
Tal es el padecer de una generación sin
sueños ni revoluciones.
Al otro lado del muro, algunos aspiraron
más de la cuenta y se creyeron el cuento. Los veo en su hedor de correctos
secretarios del infierno, esperando pagar su indolencia con alguno que otro
sortilegio de fin de semana, quizás bajando o subiendo de peso, quizás
mudándose al barrio alto, siguiendo el sendero de los sueños que nos contaron
cuando niños, entre autos y muñecas.
Mientras por acá nos juntamos a borrar al
mundo de nuestra moralidad, solemos medirnos con las estrellas, sabiendo que el
polvo de nuestros zapatos es el único compañero fiel que nos va quedando.
Sufrimos la maldición de la esperanza y
seguimos creyendo en nosotros mismos. Asqueados de la modernidad, somos la
propia prosecución de la moda, el consumo y el acomodo. Algunos traidores
iluminados con mini certezas, intentan renunciar yéndose lejos. Pronto volverán
al pueblo que los vio morir hace tantos años.
Al otro lado del muro, se conectaron
algunos generadores de sarcasmo para entibiar la olla que siempre amenaza con
reventar. Siempre surgen bufones brotados del residuo de la maquinaria de control,
para ayudarlos a empatizar con la propia ironía de la errada idea de la
libertad, mientras los especuladores aplauden con gran entusiasmo el sigiloso
monólogo del miedo y la inmediatez, ambos productos que se vende como algo para
echarle al pan.
Al otro lado del muro, somos la división
de la división, el resultado de la derrota solemne, pero asumida y sin mayores
miramientos; también elaboramos estrategias para no morirnos de hambre. En esta
decadencia gentil, lavamos la ropa y la planchamos, antes de salir a
deshojarnos como absortos incrédulos que rinden tributo a la luna y las
tinieblas.
En ambos lados,
(del muro)
la pregunta es irrelevante.
El único vacío que sentimos en cuando saltamos a la cama. Y entonces la
conciencia, ese vampiro con alas de mariposa, dispara sus balas de terciopelo
blanco, a este cuerpo trabajado en la indiferencia y la frialdad de la sangre
propia.
En los libros de los muertos, nos advirtieron de toda esta apatía silvestre.
Este sudor de mentes cansadas y obsesionadas con la profecía de que seremos el
propio reflejo del vengativo redentor.
Había que desnudarse, limpiarse, irse al campo, al otro lado del mundo,
derribar los muros, mutar de piel.
¿Y para qué? Si al final, aprendimos a fingir y todo esto se siente tan igual
que cuando despertamos.
Cuando verdaderamente despertamos.
Y al final, podemos salir de la caverna una y mil veces, pero siempre estarás
de un lado del muro,
o del otro.
Es cierto, eso sí, que, a pesar de los tristes lamentos rabiosos, seguiremos
siendo una cifra encerrada en la sublime ecuación de la existencia.
¿Saltar el muro o derribarlo?
Comentarios
Publicar un comentario