:: Alma ::



Porque el alma se vacía,
sombras entre las caminatas nocturnas tras días que se partieron enteros.

Los cintos del paradigma se desatan conforme el viento de la carne sopla en taciturnas grietas que presenta la obligatoriedad de la nobleza indolente, eficaz e involuntaria.

Entre las cenizas del tiempo, las cadenas se dilatan como la rutina que se desprende del árbol guacho, al final de todos los caminos.

Estrellas fugaces en el escenario natural, el canto de los gorriones anunciando la festiva soledad de los fundamentos atornillados al cuerpo; la luz principal se prende cuando saboreamos el dolor con una sonrisa.

Sosiego, el alquitrán salino de las promesas se prende en un espectáculo de distracciones silvestres, la renuncia, sitios que ya no juntan la fantasía de lo que forjamos.

Entonces la gotera, el parche, el parche, el parche, la sangre que se derrama para desaguar el sentimiento que vuela libremente para que el niño se coma al león, sentado en la herencia del camello y de la negación del creador.

En la nave del olvido se me ha hecho un lugar para viajar a la patria de los naufragios y esperas muertas.

Nacimiento, heridas de parto, la carne desollada se da vuelta y se muda a nuevas vueltas de carnero, el gallo canta con lágrimas la medianoche; entonces la luna aparece al mediodía, gimiendo de placer, gozando el magma de una sigilosa impregnación, producto de la división del ego, entre yogas y noches enteras.

Siempre nos ponemos el poncho antes de salir a planear el océano y toda su arrogancia; nunca nos sacamos el gorro porque nos ahoga, nos deshonra y socialmente nos condena.

En el desierto de las nubes, retumban las cascadas de ojos que se cuelgan de ellas para salir disparados de las cuencas; El cuerpo tirado yace ahí, perdido entre la sombra que dibuja el sol, entre insectos y pajas que bailan alrededor; las retinas miran desde el cielo y sonríen, pues sin embargo nos amamos.

El vapor se condensa, los ojos se cierran, llueven falacias que humedecen todas las histerias, todos los relatos, las cifras se oxidan en un manantial de cruces que se dirigen al ombligo.

Es un cuadrilátero. Golpes bajos para el desayuno, cuerdas que sostienen espejos, sáquense los guantes, arriba los palmas, manotazos de ahogados insisten en romper el paño, el nocaut final para copular con la lona y el polvo final.

Canciones largas y ajenas, aventuras en el soplo de lo que sentiremos por amor otra vez, otra vez necesitaremos la paz que no dura para siempre.

Cerrojos y madres que cesan reclamando milagros.

El eterno retorno de la memoria girando alrededor de los faroles que guardaron silencio. El gorrión se largó por la ventana, sin alas, sin prisa, casi en cámara lenta. Atrás le siguieron los gusanos y las hormigas, mientras un par de moscas se aburrieron de aparearse con la sonrisa de las arañas.

He sido un polizón en mi propia vida, guardo un corazón de repuesto por si ya no queda nada para sentir.

Camino lejos, porque cuando el alma se vacía, no pasa nada; huellas en el barro que voy dejando para que no se me olvide el camino de vuelta al niño que siempre sonreirá, mientras la sangre del león chorrea por sus dientes.

Cuando el alma se vacía, camellos se reúnen a mi alrededor. 
El niño prende el faro.

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