2.24.2018

:: Over the Wall ::


Al otro lado del muro,
ese que nos divide entre los que perdemos la mente a diario y los que metieron la cabeza al inodoro,
solemos apaciguarnos con mentiras danzantes que nos protegen de la verdad.



Giramos de cabeza para besarnos con la locura, revolcarnos con ella, para luego dejarla tirada en la cama, mientras nos disfrazamos de payasos que divierten al mundo entero.



Somos el desfile monumental de psicópatas sin patria, un día lunes cualquiera, con cara de funeral, colgados de un gélido barrote, ganando algunos segundos de sueño, elaborando un motivo que sirva de excusa para terminar la jornada laboral.



Cuántos de nosotros adoramos la renuncia, en un completo silencio enmarañado por las decisiones que nos definen como un amuleto para la banca, para los economistas, para los que succionan la sangre de la tierra y la invierten en sus poderosos sometimientos.



Tal es el padecer de una generación sin sueños ni revoluciones.



Al otro lado del muro, algunos aspiraron más de la cuenta y se creyeron el cuento. Los veo en su hedor de correctos secretarios del infierno, esperando pagar su indolencia con alguno que otro sortilegio de fin de semana, quizás bajando o subiendo de peso, quizás mudándose al barrio alto, siguiendo el sendero de los sueños que nos contaron cuando niños, entre autos y muñecas.



Mientras por acá nos juntamos a borrar al mundo de nuestra moralidad, solemos medirnos con las estrellas, sabiendo que el polvo de nuestros zapatos es el único compañero fiel que nos va quedando.



Sufrimos la maldición de la esperanza y seguimos creyendo en nosotros mismos. Asqueados de la modernidad, somos la propia prosecución de la moda, el consumo y el acomodo. Algunos traidores iluminados con mini certezas, intentan renunciar yéndose lejos. Pronto volverán al pueblo que los vio morir hace tantos años.



Al otro lado del muro, se conectaron algunos generadores de sarcasmo para entibiar la olla que siempre amenaza con reventar. Siempre surgen bufones brotados del residuo de la maquinaria de control, para ayudarlos a empatizar con la propia ironía de la errada idea de la libertad, mientras los especuladores aplauden con gran entusiasmo el sigiloso monólogo del miedo y la inmediatez, ambos productos que se vende como algo para echarle al pan.

Al otro lado del muro, somos la división de la división, el resultado de la derrota solemne, pero asumida y sin mayores miramientos; también elaboramos estrategias para no morirnos de hambre. En esta decadencia gentil, lavamos la ropa y la planchamos, antes de salir a deshojarnos como absortos incrédulos que rinden tributo a la luna y las tinieblas. 

En ambos lados,
(del muro)
la pregunta es irrelevante.

El único vacío que sentimos en cuando saltamos a la cama. Y entonces la conciencia, ese vampiro con alas de mariposa, dispara sus balas de terciopelo blanco, a este cuerpo trabajado en la indiferencia y la frialdad de la sangre propia. 

En los libros de los muertos, nos advirtieron de toda esta apatía silvestre. Este sudor de mentes cansadas y obsesionadas con la profecía de que seremos el propio reflejo del vengativo redentor. 

Había que desnudarse, limpiarse, irse al campo, al otro lado del mundo, derribar los muros, mutar de piel.

¿Y para qué? Si al final, aprendimos a fingir y todo esto se siente tan igual que cuando despertamos.

Cuando verdaderamente despertamos.

Y al final, podemos salir de la caverna una y mil veces, pero siempre estarás de un lado del muro,


o del otro.

Es cierto, eso sí, que, a pesar de los tristes lamentos rabiosos, seguiremos siendo una cifra encerrada en la sublime ecuación de la existencia.

¿Saltar el muro o derribarlo?

2.22.2018

:: sin nombre y sin imágenes ::

Conforme me alejaba, los aromas se lanzaban al vacío y me dejaban.
El álamo sigue en pié, lloraba sin mover una sola hoja. La distancia siguió creciendo, era un universo entre él y yo, entre tu y yo, y la costa cerrada, cuando era el pacífico y las estrellas, cuando colgabas de todas ellas, y yo...
Yo solía perderme en la epidemia invernal de todos los años, era mas bien un peregrinaje, una utopía, un sueño. Algo que nunca supo crecer o aprender, qué se yo. Algo sin forma que supo detenerse en mis fotografías que llevo aquí, guardadas en mi memoria.
Una eternidad encerrada en tu propia altura, eras creyendo que mirabas por última vez este cuerpo que, conforme se alejaba, tenía mas aroma a un simple recuerdo, una raya mas en la pared.
Conforme me alejaba, oh pancho del marino que se ahogaba cuesta abajo, te difuminas, intermitente,
Y las nubes....
Ahora, sentado, sigo fumando té, sigo escribiendo mis glosolalias intimistas. No tengo el carácter de un poeta, no puedo, mas bien no quiero alejarme de esto, para ser el espejo de todo el mundo.
Y las bancas duelen. Solas, taciturnas, suelen cobijarme cuando quiero tomar un café con las dos manos y seguir caminando por mis asuntos.
A veces camino, a veces respiro, a veces puedo depositarme en una botella y lanzarla lejos, a ver si alguna de estas noches pueda seducirme con el olvido.
"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado" diría García Márquez.
El corazón es una memoria muscular que nos obliga a traicionarnos en el velo insufrible de la irónica necesidad de amar. Amar lo que sea, amar el polvo, el mundo, amar lo que nos obliga, lo que nos niegan, amar los microscopios, amar el infinito, amar sin que duela maldita sea, sin que moleste, que se acomode, que se aguante, amar cuando el corazón deja de recordarnos como unos perfectos desconocidos sin aroma.
Conforme me alejo, pienso en los sueños, camino en silenciosa perturbación, hago como que no existo, el mundo ha seguido igual desde hace un par de años, y yo me alejo de lo que fui y seré, me detengo a charlar con mi panza y mi pellejo, tengo hambre, a veces me da sed, suelo sacudirme la hipocondría, prendo y apago luces, disparo cigarrillos en completa soledad.
Conforme me alejo, trato de buscar el camino a casa, ese que perdí hace tantos años.
Aroma de canela, de puertas cerradas, aromas que conforman,
y confortan.

2.11.2018

:: Alma ::



Porque el alma se vacía,
sombras entre las caminatas nocturnas tras días que se partieron enteros.

Los cintos del paradigma se desatan conforme el viento de la carne sopla en taciturnas grietas que presenta la obligatoriedad de la nobleza indolente, eficaz e involuntaria.

Entre las cenizas del tiempo, las cadenas se dilatan como la rutina que se desprende del árbol guacho, al final de todos los caminos.

Estrellas fugaces en el escenario natural, el canto de los gorriones anunciando la festiva soledad de los fundamentos atornillados al cuerpo; la luz principal se prende cuando saboreamos el dolor con una sonrisa.

Sosiego, el alquitrán salino de las promesas se prende en un espectáculo de distracciones silvestres, la renuncia, sitios que ya no juntan la fantasía de lo que forjamos.

Entonces la gotera, el parche, el parche, el parche, la sangre que se derrama para desaguar el sentimiento que vuela libremente para que el niño se coma al león, sentado en la herencia del camello y de la negación del creador.

En la nave del olvido se me ha hecho un lugar para viajar a la patria de los naufragios y esperas muertas.

Nacimiento, heridas de parto, la carne desollada se da vuelta y se muda a nuevas vueltas de carnero, el gallo canta con lágrimas la medianoche; entonces la luna aparece al mediodía, gimiendo de placer, gozando el magma de una sigilosa impregnación, producto de la división del ego, entre yogas y noches enteras.

Siempre nos ponemos el poncho antes de salir a planear el océano y toda su arrogancia; nunca nos sacamos el gorro porque nos ahoga, nos deshonra y socialmente nos condena.

En el desierto de las nubes, retumban las cascadas de ojos que se cuelgan de ellas para salir disparados de las cuencas; El cuerpo tirado yace ahí, perdido entre la sombra que dibuja el sol, entre insectos y pajas que bailan alrededor; las retinas miran desde el cielo y sonríen, pues sin embargo nos amamos.

El vapor se condensa, los ojos se cierran, llueven falacias que humedecen todas las histerias, todos los relatos, las cifras se oxidan en un manantial de cruces que se dirigen al ombligo.

Es un cuadrilátero. Golpes bajos para el desayuno, cuerdas que sostienen espejos, sáquense los guantes, arriba los palmas, manotazos de ahogados insisten en romper el paño, el nocaut final para copular con la lona y el polvo final.

Canciones largas y ajenas, aventuras en el soplo de lo que sentiremos por amor otra vez, otra vez necesitaremos la paz que no dura para siempre.

Cerrojos y madres que cesan reclamando milagros.

El eterno retorno de la memoria girando alrededor de los faroles que guardaron silencio. El gorrión se largó por la ventana, sin alas, sin prisa, casi en cámara lenta. Atrás le siguieron los gusanos y las hormigas, mientras un par de moscas se aburrieron de aparearse con la sonrisa de las arañas.

He sido un polizón en mi propia vida, guardo un corazón de repuesto por si ya no queda nada para sentir.

Camino lejos, porque cuando el alma se vacía, no pasa nada; huellas en el barro que voy dejando para que no se me olvide el camino de vuelta al niño que siempre sonreirá, mientras la sangre del león chorrea por sus dientes.

Cuando el alma se vacía, camellos se reúnen a mi alrededor. 
El niño prende el faro.

:: El Rio invisible ::

Es hacia el ocaso, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa,  hacia esa curiosa dirección por dónde nos inclinábamos cuando éramos chicos. En el...