:: Tropiezo ::




Ella quería llover, 
sostener un cuerpo en el abismo, 
o simplemente apaciguar el bochorno
de pensarlo todos los días.

Imaginarlo como una ruleta rusa, 
una premura lenta
o una pequeña casualidad.

Ella esperaba, como todos los días, 
sentada en el mismo lugar
a la misma hora, 
en el mismo día, 
los años son todos iguales, 
las décadas pasan 
y la vida se va aclarando, 
a veces da pena, 
a veces es bueno saber lo que viene, 
a veces dan ganas de que los días vuelvan, 
o también que faltan horas y el mañana sobra. 

Ella quería llover sobre sus recuerdos, 
emanciparlos de la inquisición moral, 
apapacharlos con la ternura de un domingo trasnochado, 
soplarlos al viento como un diente de león; 
al final eran sus recuerdos los que la sostenían en el abismo, 
mal que mal, la fábula de los perros quejumbrosos no es otra cosa
que un simple murmullo detrás de la reja, sin muchos impuestos, 
coludidos con los cerdos, escarbando el cadáver de la historia
que ayudamos a enterrar. 

Ella lo pensaba todos los días, 
y nunca pudo entender los misterios del fracaso, 
la oscilación de las decisiones que conducen al descaro
de la disciplina metódica que nos alberga para aceptar
la casual y caprichosa entonación de la verdad.

Ella era un fracaso mas, una cifra, un sinsentido, un espacio ocupado, 
una huella creciente de la humanidad, producto del aleteo de otras mariposas, de otras pasiones, de otros polvos estelares, de otras infinitas razones que no necesitan presentación.

Ella llovía, y con ganas de romperlo todo, a veces.

Luego era la niebla, la ingenuidad, 
la dulzura de un pájaro sin alas ni rayos de soles, 
la verdura fresca como el terreno fértil de los gusanos, 
el aliento insecticida de un congresista en plena campaña electoral, 
la furiosa recreación de un día lunes por la mañana, 
la marea inagotable de la involución, el paradigma del desgano, 
la envoltura del ego, el centro del abismo, o el hedor rastrero 
de un ombligo sin asear.

Ella era el arco-iris cansado de tanta obligación fiscal, 
de tanta  masturbación verbal, de tanta menstruación mediática, 
de tanta profanación al eje central de la tierra, de tanto voyeurismo 
nostálgico, de tanto imaginarlo en otra parte. 

Según sea el recuerdo, ella paraba de llover. 

No así de pensarlo, no así de olvidarlo, 

Otra veces, lo dejaba partir.

Otras veces, no quería hablar.

La mayoría de las veces se perdía en sus asuntos. 

Pero siempre era la misma piedra, siempre era la misma,
siempre era,
siempre...

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