:: Coloreamos ::
Ella al fin se había rendido,
de espaldas, de rodillas, al debe, sangrando por los oídos
las canciones de amor que se lo robaron...
Ella, al fin,
se había rendido.
Y se notaba.
Dejó de imaginarlo desnudo,
dejó de masturbarse con esa furiosa sensación de placer tortuoso
que convocan las lágrimas y los espasmos, las moscas y las ventanas
abiertas, la imaginación al servicio de la propiedad privada.
En realidad ha sido la más tonta de todas.
Pero que importaba,
ella le amaba,
o le amó,
ya no lo recuerda.
Ella quería rendirse,
alejarse de todos los basureros
e inodoros,
instalarse un lumbago en la lengua, un descaro en el espejo,
una zapatilla rota en la escueta definición de la calma.
Dejar de zambullirse, dejar de hablar, dejar de mirarse,
dejar la calma para los mansos y enterrarle una daga
a su instrumento, para que al fin pudieran parir notas de sangre,
como debe ser...
Al final ella se había rendido,
al final.
Pero sabía que le quedaba tanto camino por recorrer,
sabía que no le gustaba perder, sabía que no le agradaba el silencio,
pero las despedidas nunca deben tomarse a la ligera.
Al final, hay que rendirse,
pero de a poquito, sin tanto alboroto, sin tanta menudencia, sin tanta maldad,
sin tanta rabia, sin tanta vergüenza, sin nada en el cuerpo, sin desvestirse todas
las noches, sin involucrarse con la saliva ni las lágrimas, sin aferrarse a las cortinas
ni a las almohadas, sin tanta parafernalia, sin tanto bagaje ni espionaje, con la total y absoluta
convicción de que nada de lo que digamos podrá ser usado en nuestra contra.
Ella no estaba ni por ahí con rendirse,
eso lo tenía claro,
Querer nunca ha sido poder,
y los pájaros muertos, las flores marchitas y los seres mitológicos;
en la mano no sirven de nada.
Ella gustaba de rendirse,
por la noches.
Escuchar una canción cualquiera para invocar a los recuerdos
y ponerse a fumar...
Ella,
debe dejarlo partir.
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