:: Cienpiés ::





Ella suponía un abrazo.
mientras el roncaba.

Su mirada se perdía en el techo, 
como una postal de la eternidad.

No sabía ni cómo 
(ni cuando)
hubo un espacio en común.

Distante se dibujaba la paz que obtuvo hace un par de años, viviendo el tedio
de una relación dormida.

Al final, es todo tan humano.

Bastaba un simple gesto para volver a creer en algo, 
y lanzarse al vacío de lo tan novedosamente desconocido.

Se preguntaba que hacía ahí acostada, 
en silencio, 
para no despertar a nadie,
ni mucho menos a si misma.

Reflexionaba sobre la expectativa de lo consumado, 
la seducción notable que por siglos ha perpetuado 
nuestra especie;
esa búsqueda inagotable del encaje perfecto, 
la vacilación de la duda, rompiendo las ramas
de un árbol marchito, 
para elevar al cielo 
la hoguera de la pasión.

Aún sentía sus besos almidonados con el vino, 
degustaba su cuerpo enorme penetrándolo todo, 
emancipaba toda moral de su cabeza. 

Escuchaba con atención el ladrido de los perros, 
el zumbido en la oreja, 
la vida dando vueltas en su cabeza, 
mientras se coludía todo para dejar atrás toda esperanza.

Era todo tan desconocido, 
pero tan familiar.

Sentía ese cariño sudado de los cuerpos,
que se aman en un par de minutos.
Ese hedor a final anticipado, sin mirar la fecha de vencimiento.


Trataba de acurrucarse 
en ese nuevo cuerpo 
que descubría en cámara lenta. 

La posesión efímera de la inocencia, la expectativa tan dulce 
que concluye de una manera tan fría e indiferente.

La noche avanza indolente,  
mientras se preguntaba si lo quería, 
si necesitaba desbaratarse de toda la ansiedad.

Sabía que tenía la facultad de posterizar todo momento, 
claro, 
si recordaba cada uno de los cuerpos en los que naufragó

El tema, 
ahora, 
era otro. 

Enamorarse de una mirada, 
no es lo mismo que de una pluma.

Los momentos previos seguían susurrándole. 

Es todo tan erótico cuando nos envuelve la seducción.

Es todo tan delicioso cuando nos agasajamos en las penumbras.

La vista se pierde entre lo solapado de las miradas y el pulso febril de la caricias locas,
las manos que descubren un nuevo territorio, la humedad de los pensamientos, el nuevo aroma y la verdad de los jadeos.

La atracción como sinónimo de la delicada fatalidad.

La voluptuosidad de las ganas de perderse en la fragilidad
de lo combustible. 

.-Esto de ser material inflamable;a veces, es lo único que vale la pena

Se repetía, mientras pensaba en el mañana.

el mañana...

El amanecer tardaba mucho en llegar, 

y que bueno.

Miró por última vez el techo, mientras sus ojos, poco a poco, se rendían al adhesivo del vino y otras hierbas.

A veces, simplemente basta con acurrucarse, obviando el estruendo de los ecos, buscando el brazo protector de su amado que por una noche, 
era sólo suyo.

El roncaba. Ella lo amaba,

Por una noche, tal vez...

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