:: Ovación ::





Parece que caían piedras en el techo;

llovía.

Ella prendió un cigarrillo.

Expelió una bocanada de humo. Uno podría pensar que esto fue lo que gatillo la fatalidad.

Sentada en una silla de madera, al lado de una ventana sucia, se mostraba un tanto inquieta; cruzaba sus piernas, miraba las cenizas que volaron de repente producto de una brisa que se colaba en su memoria.

Se sentía incómoda.

Sabía que no tenía que averiguar tanto; mal que mal, la vida es un capricho, una necesidad, un deseo propio de ganarle al sin sentido.

Ella seguía fumando, 

y en cada bocanada, pensaba en las continuas casualidades que le pertenecían a  los otros, en la imposibilidad de no contrastarse con esos otros, como si todo el mundo fuera un espejo, como si lo único que importase fuera el hecho de compararse, de llenarse de la vivencias que nos tocan vivir y que jamás serán motivo de una conjunción plausible. 

Sabía que no debió indagar tanto, a fin de cuentas, el cigarro estaba por acabarse, y ella seguía inquieta. Quizás eran los momentos ajenos, la que la tenían en ese estado funesto. La traición, la hipocresía de los mansos que gozan el descaro de la retirada, esa confesión tan mediocre y tan dulce cuando se vive entre las sombras.

Ella sabía que estaba enferma, que renegaba del tiempo que le tocó vivir, que no podía soportar esa pusilánime decisión que había tomado hace años. Siempre se presentan las oportunidades y ella creía que la suya se la habían usurpado. 

Tomó el cigarrillo apagado, lo metió entre sus dedos y como una catapulta, lo lanzó por la ventana.

Ahora tenía rabia; rabia e impaciencia.

Rabia por desaprovechar su cuerpo, por malgastarlo en la inoperante desazón del desgano; impaciencia por ser la sombra de un milagro ajeno. 

-. He desperdiciado mucho mi tiempo.-  Susurró en la humedad de aquella pieza vacía.

No terminaba de hablar cuando, repentinamente, se levanto decidida, caminó unos pasos a la cocina. 

De pronto, se detuvo... y lo vio.

Brillante, luciente, poderoso. Lo tomó con fuerza entre sus manos. 

Ella sonreía.

**** Bendita sean todas las formas de sufrimiento humano ****

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Paganini (diabolus in musica) Adagio flebile con sentimento

:: Nocturno ::

La autopoiesis de Maturana (y Varela): ¿Seres sociales o seres individuales?