:: Vicio ::




¿Quien podría ser?

Una huella en el frío, de una noche sin rostros ni palabras, 
con cuales hacer el amor.

Pasos y pasos que suenan en una vereda agrietada, en un silencio
opacado por el ladrido de los perros, por el insomnio que ha durado algo mas de cuatro días.

Caminando, casi volando. 

Recordando historias añejas, de catres roñosos, de almas que tenían que juntarse, a pesar
de los siglos y siglos que pasaron desde que se multiplicaron por cero.

Es en la penuria donde sobran las palabras.

Esos recuerdos que se cierran, con un candado de algodones.

¿Quién podría ser?

Es extraño estar al otro lado del espejo, en donde uno simplemente se lanza al vacío
de las cosas que no tienen un fin aparente. Siguen ahí, susurrando margaritas para que sigan cayendo
como piedras, que golpean el pecho, que sangran la tinta etérea de los pensamientos adulterados.

Caricias que se dilatan como la niebla, que tibiamente se van quedando en mi pecho. He de decir a su favor, 
que 
(convenientemente)
no hago mucho esfuerzo por alejarlas.

¿Cuantas noches como esta pueden pasar, en el giro de una cantinela con sabor a tantas historias
juntas, a tantas promesas que fueron limpiadas por la mañana, con un jabón a medio terminar.?

Hemisferios que tienden a juntarse, mediante la magia del sinsentido, a través de la inoperante
y azarosa ingenuidad, como si la moral fuera un pañuelo de lágrimas que hay que lavar el fin de semana, 
para ocuparlo a diario, escondido en el último bolsillo de mi pantalón.

Y así mis pasos siguen comiéndose las calles. En este bullado festival de boletos arrugados, en esta mediana
caracterización del perro viejo y echado a la calle, porque ya no había espacio para tantas constricciones en las manos.

Me pregunto cuantas veces uno puede acudir a la decepción, sin desilusionarse.

Me pregunto cuantas veces nos habremos desilusionado de tantos fantasmas, que rondan en todos nuestros recuerdos purulentos.

Me pregunto de qué sirve confesar que se ha vivido.

Si elegimos seguir caminando, por las noches, entre la humedad del espíritu que a veces se apaga.

¿Quién podría ser?

Y no se por qué, quizás por la experiencia, el candor o la propia caducidad, 
creo firmemente que la enciclopedia de los desengaños ha dado tanto tema a tanta poesía
mal habida.

¿ Quién podría ser?

Y uno se sube a la micro, sin pensarlo, sin siquiera analizarlo; simplemente se deja llevar.

Es mas fácil que seguir caminando.

Es mas fácil esconderse en esos besos que insisten en ir y venir, en esas promisorias bestias
que se revolcaban por el simple hecho de engañarse, cruzar los dedos y esperar
a que este,
al fin, 
sea el recorrido perfecto
en este puto viaje al cual hemos sido arrojados sin previo aviso,
y sin permiso.

¿Quién podría ser?

Uno tiende a olvidarse de los años, como tratando de cogerse a si mismo, en cámara lenta, en un encuadre
congelado. Tiende a leerse de manera errónea, olvidando el tiempo que ha pasado.

Y sigue caminando, rememorando flagelos de historias de nuestros propios reflejos antepasados.

¿Quien podría ser?

No tiene sentido, las luces cuelgan de lo alto, las moradas se levantan como fortalezas
que recuerdan la victoria de este sistema inocuo, en el cual lo único que nos queda
es seguir recordando. 

Soliloquios que invitan a la nauseabunda contemplación de lo que no pudo ser, 
y ya se ha ido.

¿Quién podría ser?

Nadie mas que yo, 
caminando con las manos heladas, 
de noche, 
rodeado de fantasmas rancios,
de estentóreas maldiciones que han sellado tantas imágenes, 
que no quiero dejar partir. 

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