:: Noche, Mediodía ::




Era de noche, hacía frío. Ella miraba el revolver.

No han pasado cinco minutos desde que atravesó la puerta para no volver jamás.

Era mediodía, el sol pegaba fuerte. El miraba su pecho.

Hace algunas horas dejó de tener miedo.

Ella quiso cerrar los ojos, sin saber por qué debía jalar del gatillo.

El ya no sentía sus manos, poco a poco se le entumecían el cuerpo.

Ella lloraba de rabia por la cobardía, por el razonamiento sencillo, por las grotescas inclinaciones hacia lo que siempre es tan delicado y confuso

El ya no podía respirar de tanta inexistencia.

Ella lo amaba; o al menos todavía se le daba vuelta la vianda cuando lo sentía subir.

El yacía en el suelo, inmóvil, sin ganas de procesar toda esta vorágine de sinrazones.

Ella lo amaba, o al menos eso pensaba cuando por fin pudo perforarle su negro corazón.

El pudo saborear toda su vida, en un par de segundos. La eternidad es mas larga cuando te caes sin previo aviso. El cuerpo húmedo, sometido a las leyes de la física clásica, no es capaz de alcanzar toda esa maraña de pensamientos que se calcularon mas rápido que lo que podría realizar la última de las supercomputadoras terrestres, a velocidad del silencio, o de la luz.

Ella lo amaba, pero ya no podía esperarlo, ya no podía saberlo de otra, ya no podía mostrarse desnuda, frente al espejo gigante,
(que compraron aquel día, cuando paseaban por la costanera de la ciudad de las flores), mirando su cuerpo inservible, su candidez idiota, sus ganas de retenerlo en su pecho, gimiendo de rabia todos esas de orgasmos cínicos, de caricias violentas, de consuelos vomitivos.

El sabía muy bien que moriría bien viejo, sentado en una silla, rodeados de nietos. Sabía, también, que no hay nada mas bello que la muerte lenta, que la muerte atestiguando el triunfo de una vida larga, sin moralejas complejas, sin efímeras culpas; mal que mal, el truco consistía en mantenerse firme, ante las dudas.

Ella lloraba entre sus brazos marchitos.

Trató de poner sus labios en su pecho, como deteniendo la sangre, como cerrando el agujero, como succionando la bala, como si pudiera torcer el tiempo para volver a amarlo por última vez.

El no pudo soportarlo, ni tampoco cerró los ojos. Seguía ahí, tirado, en el living de la casa, esa que con tanto sacrificio había comprado. Sus ojos se quedaron pegados en el plasma que todavía estaba pagando. La sangre teñía una alfombra que hace dos días le había regalado...

Ese fue el último y el único mediodía en que pudo verse a si mismo, como un final de película mal parida, como las hormigas que tantas veces desaparecieron en sus dedos, como tantas cosas sin importancia que se hacen cuando planificamos todo, cuando no nos falta nada...

Ella lo besó por última vez, aquella noche. Salió corriendo sin rumbo fijo, sin ganas de besarlo otra vez...

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