:: Consejos en la oscuridad ::
Cuando se habla de solitarios se suponen conocer demasiadas cosas. Se cree que las gentes saben de qué se trata.
No, no lo saben.
No han visto nunca un solitario, solamente, le han odiado sin conocerle.
Han sido sus vecinos quienes le gastaban, y la voz de la habitación vecina, la que le tentaba. Han excitado los objetos contra él para hacerlos ruidosos y que gritase más fuerte que él.
Los niños se asociaron contra él porque era tierno y niño; y a medida que crecía, creció contra los mayores. Le seguían la pista en su escondrijo como a un animal cuya casa estuviese abierta, y durante su larga juventud la caza contra él no se cerró jamás.
Y cuando no se dejaba abrumar y se escapaba, desacreditaban lo que provenía de él y lo encontraban feo y sospechoso. Y cuando no los oía se hacían más claros y le quitaban la comida de la boca, y le respiraban su aire, y escupían en su pobreza para que se le hiciese odiosa.
Y le difamaban como a un ser contagioso, y le arrojaban la piedra para que fuese más de prisa. Y su viejo instinto no les engañaba: porque en verdad era su enemigo.
Pero después, cuando no levantaba siempre los ojos, reflexionaron.
Sospecharon que hasta entonces no habían obrado más que según su voluntad, que le fortificaban en su soledad y que le ayudaban a separarse de ellos para siempre. Y entonces cambiaron de actitud y emplearon el último recurso, la otra resistencia: la gloria.
Y con este ruido, la mayoría levantaban los ojos y se dejaban distraer.
Comentarios
Publicar un comentario