Hay un recoveco que se alcanza a si mismo,
entre tanta mentira,
de colores negros,
blancos,
o medievales...
Pues bien,
verde,
esperaré:
Que los segundos declaren el final
de la macabra
alfombra
de la soledad...
¿Y quienes somos para citar la palabra como el escupitajo sagrado de los dioses, para enjaular los pájaros divinos que quisieron volar, a expensas de la negación silvestre de la esperanza?.
Hay un recoveco que se alcanza a si mismo,
entre tanta mentira,
de colores negros,
blancos,
o medievales...
Pues bien,
verde,
esperaré:
Que los segundos declaren el final
de la macabra
alfombra
de la soledad...
La Ciudad de los Molinos.
Hay un silencio de feria que obliga a desesperarse,
cuando hay un leve sabor de mediodía,
en la ciudad de los molinos.
Las nubes se esconden entre los árboles de cemento
y el sol se hace invisible, cuando se mira fijamente,
el corazón de muchos hombres.
Hay un poste negro con luces de colores,
intuyendo tibiamente el paso de los años,
cuando la vida se hace historia,
un acierto, o un par de zapatos rotos,
al final de una calzada.
Mi sombra me acompaña por las tardes
de esta ciudad vieja, pobre y tan amada,
ciudad de quebrantos mudos,
de caretas endeudadas,
por el pan de cada día.
Trémulas hojas amarillas
caen lentamente de un cuaderno de mi infancia,
decorando aquella plaza mustia,
saciada de niños nuevos,
que verán el ayer en un recuerdo.
El aliento se me acaba,
congelando la inocencia.
Hay un taxi que me espera
para llevarme a la quimera,
esa que se esconde
en mis ojos ya cansados,
cuando las sabanas anuncian
que el día se ha largado…
para siempre...
para siempre...
Porque una casa sin ti es una emboscada, el pasillo de un tren de madrugada,
unlaberinto sin luz ni vino tinto, un velo de alquitran en la mirada...
RosaRojaColorSangre, Poeta.
Gracias...
Obsequiados conceptos del placer,
yacen guardados en una cama,
que ha construido un templo
para aquellos amantes a la antigua;
Esos,
que han de morar en mis recuerdos,
como aquellos padres inconclusos,
dando paso al desconcierto de las caricias
irracionales,
y concebidas
(para siempre).
Hay que ver la idiosincrasia de mis manos,
que han heredado ciertos rasgos arruinados,
para así colorear una cortina indolente,
(al ocaso de la razón),
entre mis piernas.
Ser…
Estar…
o hace frío…
Son tantas las caras,
de una moneda que se construyó
en la falacia.
Esa que habla de optimizar ciertos acertijos perentorios,
que llevan a ninguna parte.
¿Para que los ojos
si no nos engañan,
cuando se incluyen
en una propiedad
(estéril),
del desastre,
que perpetuará tanta puerta vacía,
antigua,
y sobre todo delicada,
para cuando se haga el cruce con el infierno,
será cerrada de golpe,
enviando al viento
al país de las mansardas?
Orquídeas frescas que nunca tuve entre mis labios,
han de demorar la espera inconclusa de la inercia,
que no ha de detenerse,
porque quizás
ya no la quiera,
ni la escriba.
Obcecadas obediencias
han de colgarse a la reja de la inocencia,
para aspirar
(precisamente)
al desierto de las miradas estridentes
que no conciben la prudencia.
Y qué....
¿Para qué la prudencia
si el mayor de los actos detenidos
es la espera de la muerte,
que prohíbe el paso
al yugo inverso,
de ciertos caminos heterogéneos,
que marcan el destierro
de la vida,
De la propia vida... ?
Yo soy de aquellos que ama la imprudencia
Para prohibir actos cobardes,
para ver un sol
(eternamente)
cuando cubra de surcos las sábanas rotas
de mi vejez.
Yo juré en vano sobre mi tumba,
que jamás sería cierto
el ocaso en mi velorio,
y que mis discursos sería borrados
de mi cara,
para partir desnudo,
al destino profesado,
al temor,
o la miseria.
Palabras…
Palabras…
Palabras…
¿Que es la vida sino un pañuelo blanco,
que discute plenamente consigo mismo,
para remojar el hielo
de la incumbencia,
entre sucios vasos rotos de tanta sangre comprometida,
de tantas calorías fritas por entender,
que la facultad de asirse
(uno)
al movimiento,
es una ilusa voz
que abre los cantaros del tiempo,
al día a día?
Hay que marcharse ,
de maneras apacibles,
para cohibir el hecho
de garras requeridas,
que han de rasgar el corazón,
de tanto apuñalar el tino,
(entre el espacio)
o quizás ya sea tarde,
para tantos recovecos…
Que de justicia me carecen.
Es hacia el ocaso, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa dirección por dónde nos inclinábamos cuando éramos chicos. En el...