::Sexto Silencio - Sangre en las palabras ::


Obsequiados conceptos del placer,

yacen guardados en una cama,

que ha construido un templo

para aquellos amantes a la antigua;


Esos,

que han de morar en mis recuerdos,

como aquellos padres inconclusos,

dando paso al desconcierto de las caricias

irracionales,

y concebidas

(para siempre).


Hay que ver la idiosincrasia de mis manos,

que han heredado ciertos rasgos arruinados,

para así colorear una cortina indolente,

(al ocaso de la razón),

entre mis piernas.


Ser…

Estar…

o hace frío…


Son tantas las caras,

de una moneda que se construyó

en la falacia.

Esa que habla de optimizar ciertos acertijos perentorios,

que llevan a ninguna parte.


¿Para que los ojos

si no nos engañan,

cuando se incluyen

en una propiedad

(estéril),

del desastre,

que perpetuará tanta puerta vacía,

antigua,

y sobre todo delicada,

para cuando se haga el cruce con el infierno,

será cerrada de golpe,

enviando al viento

al país de las mansardas?


Orquídeas frescas que nunca tuve entre mis labios,

han de demorar la espera inconclusa de la inercia,

que no ha de detenerse,

porque quizás

ya no la quiera,

ni la escriba.


Obcecadas obediencias

han de colgarse a la reja de la inocencia,

para aspirar

(precisamente)

al desierto de las miradas estridentes

que no conciben la prudencia.


Y qué....


¿Para qué la prudencia

si el mayor de los actos detenidos

es la espera de la muerte,

que prohíbe el paso

al yugo inverso,

de ciertos caminos heterogéneos,

que marcan el destierro

de la vida,


De la propia vida... ?


Yo soy de aquellos que ama la imprudencia

Para prohibir actos cobardes,

para ver un sol

(eternamente)

cuando cubra de surcos las sábanas rotas

de mi vejez.


Yo juré en vano sobre mi tumba,

que jamás sería cierto

el ocaso en mi velorio,

y que mis discursos sería borrados

de mi cara,

para partir desnudo,

al destino profesado,

al temor,

o la miseria.


Palabras…


Palabras…


Palabras…


¿Que es la vida sino un pañuelo blanco,

que discute plenamente consigo mismo,

para remojar el hielo

de la incumbencia,

entre sucios vasos rotos de tanta sangre comprometida,

de tantas calorías fritas por entender,

que la facultad de asirse

(uno)

al movimiento,

es una ilusa voz

que abre los cantaros del tiempo,

al día a día?


Hay que marcharse ,

de maneras apacibles,

para cohibir el hecho

de garras requeridas,

que han de rasgar el corazón,

de tanto apuñalar el tino,

(entre el espacio)

o quizás ya sea tarde,

para tantos recovecos…


Que de justicia me carecen.

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