Tercer Lamento: El mundo.
La luz del mundo y yo.
Janusz Olejniczak interpretando a Chopin Waltz No. 3 in G Minor, Op. 3
Me siento como el mundo.
Vaciado en un vórtice de tintes negros.
Embaucado
por la etérea disonancia de un amuleto legendario,
robado
(sideralmente)
por unos bichos malolientes,
prostetizados,
por gladiolos amanecidos en el quieto manto
de la trascendencia
en la humanidad,
de la cual me despego como si fuera una camisa vieja,
que envolví hace años cuando era niño,
y la enterré en mi adolescencia
para recordarla cuando ya mis pasos no sean ellos,
sino sólo un recuerdo en dos círculos
que me sostienen
en la estancia de lo penoso
y lo ajeno.
La puta insuficiencia que no ha parado de girar
volteándome la vista de golpe, en el que se hace escaso el dejo de la vida
y de la paz.
Me he transformado en leyenda,
no,
en una mierda,
tan clara como el cigarro que se posa en mis entrañas
(indolentes)
a la virtud o a la violencia.
Me siento como el mundo
No quiero ya ni ver la dicha, ni su odioso vestido manchado de esperanza suntuosa.
Soy un macabro gesto del arte
(diletante)
cuando las brochas de la bruma
me disipan en colores fotográficos, que se arrugan por no saber doblar en las esquinas
del azar...
Y que me importa
si desde siempre vomité el odio en las caricias ajenas.
Examine cada paso de la incuria
y,
(sin querer),
me han parecido de una belleza encomiable y meditabunda.
Si...
Me siento como el mundo...
Soy el peor de los buenos muchachos sopesando las risas ajenas en caretas milenarias,
algo roñosas y maldecidas.
Soy aquel que vaga por la calles de mi verde historia,
confesando pecados a todo el mundo, a toda hora y en todo lugar;
en que mis alas han planeado
cual icaro farsante en todo honor y toda gloria.
Confieso que jamás me he tirado una puta
(ni me tiraré),
porque una mujer jamás se me ha tirado, soy yo quien ha rociado mis canas
entre sus manos y el encanto de las voces con que se abre el corazón no es tal
como las tenues gotas de algarabía, escondidas entre sabanas rotas de tanto jugar a los amantes.
Confieso que nunca he dormido con una mujer si no es por amor
y desenfreno,
ambos juntos,
sino
que sentido tiene volar sabiéndome un completo nieto de la
histeria colectiva,
pues que sucia idea puede siquiera amarrar las olas de la tormenta,
cuando cae de golpe,
y remece el cántaro viejo que creíamos ya fundado, en cosas tan banales como la hiedra soberana
que se esconde en los zapatos de un día tan jardineado como un tibio sábado,
cuando nos vestimos de supermercados o de paseos atardecidos,
con el simple objeto
(teatral),
ese que nos hace presencial.
Confieso que si me dan a elegir un polvo a una siesta prefiero la siesta,
pues un polvo es bello cuando se sueña en las alturas.
y sin embargo todavía no se me ha santificado, ni siquiera se piensa
en la gloria,
(eterna?),
de mi muerte.
Y así me la paso
sintiéndome como el mundo.
Jugando
(todo el día)
al hombre libre.
Pensando
en mi inmortalidad siniestra,
icono de la prosapia rebelde
(melancolía).
Y mi rostro de blanco invierno
ya no tengo que pintar
No...
No es necesario ser la luna para sentir el yugo en las mariposas,
que vuelan alto cuando el ideal se hace una sombra y no se alcanza,
ni siquiera hay anhelos pues la razón ha vencido
injustamente las distancias,
(necesarias),
para dominar la puta orgía de la intrepidez y la decencia.
Si...
Me siento como el mundo.
Soy en este instante una maldita oveja,
descarriada,
trasquilada,
que jamás quiso ver a su pastor ni a su dueña,
ni mucho menos a su
(matriarcal)
causa primera,
pues,
estoy seguro,
que si la viera
(con mis narices),
jamás le sonreiría,
de hecho ni la reconocería...
pues no sería ella,
sino un dejo de versada hipocresía
en el mas allá,
de un ósculo enardecido
por las fauces de un mediodía.
Quiero que se vayan todos lejos de nada,
donde el ente conceptual se haga una divina miseria
y el desconsuelo reine entre el estiércol de la falacia,
que nadie reconoce por miedo al que dirán.
Que les importa a ustedes la verdad,
si jamás la han querido como esposa
que podrán amar siquiera,
cuando se haga la maldad
en un gemido aciago
de estepas silentes,
cuando caigan distraídas
las espina de las rosas
en las nalgas sagradas de los ilusos,
que se limpian las heces con versos
(nauseabundos),
estériles nacimientos de perspectiva
oteada en nubes de humo rosa.
Ustedes marchan vista al suelo
cual tirano día lunes que se posa entre los diarios
matutinos,
limpiando sus sobras con la retórica funesta
de las manos en los bolsillos,
y se beben un manjar de mucosa verborrea
que mas parece un homenaje a lo bizarro,
(a lo absurdo),
de ser pero no ser...
y hágase la luz en el mundo...
No estamos preparados para saber ni dilucidar la nada.
No...
No comprendemos jamás quienes somos ni que hay mas atrás.
Porque saber no es propio de lo divino.
El poder mas puro es la ignorancia.
La conciencia ya no es digna de respeto.
Ella misma es la suspensión,
(vil),
del tiempo,
que un mortal jamás nunca logrará...
Eso de detenerse a pensar.
Vaciado en un vórtice de tintes negros.
Embaucado
por la etérea disonancia de un amuleto legendario,
robado
(sideralmente)
por unos bichos malolientes,
prostetizados,
por gladiolos amanecidos en el quieto manto
de la trascendencia
en la humanidad,
de la cual me despego como si fuera una camisa vieja,
que envolví hace años cuando era niño,
y la enterré en mi adolescencia
para recordarla cuando ya mis pasos no sean ellos,
sino sólo un recuerdo en dos círculos
que me sostienen
en la estancia de lo penoso
y lo ajeno.
La puta insuficiencia que no ha parado de girar
volteándome la vista de golpe, en el que se hace escaso el dejo de la vida
y de la paz.
Me he transformado en leyenda,
no,
en una mierda,
tan clara como el cigarro que se posa en mis entrañas
(indolentes)
a la virtud o a la violencia.
Me siento como el mundo
No quiero ya ni ver la dicha, ni su odioso vestido manchado de esperanza suntuosa.
Soy un macabro gesto del arte
(diletante)
cuando las brochas de la bruma
me disipan en colores fotográficos, que se arrugan por no saber doblar en las esquinas
del azar...
Y que me importa
si desde siempre vomité el odio en las caricias ajenas.
Examine cada paso de la incuria
y,
(sin querer),
me han parecido de una belleza encomiable y meditabunda.
Si...
Me siento como el mundo...
Soy el peor de los buenos muchachos sopesando las risas ajenas en caretas milenarias,
algo roñosas y maldecidas.
Soy aquel que vaga por la calles de mi verde historia,
confesando pecados a todo el mundo, a toda hora y en todo lugar;
en que mis alas han planeado
cual icaro farsante en todo honor y toda gloria.
Confieso que jamás me he tirado una puta
(ni me tiraré),
porque una mujer jamás se me ha tirado, soy yo quien ha rociado mis canas
entre sus manos y el encanto de las voces con que se abre el corazón no es tal
como las tenues gotas de algarabía, escondidas entre sabanas rotas de tanto jugar a los amantes.
Confieso que nunca he dormido con una mujer si no es por amor
y desenfreno,
ambos juntos,
sino
que sentido tiene volar sabiéndome un completo nieto de la
histeria colectiva,
pues que sucia idea puede siquiera amarrar las olas de la tormenta,
cuando cae de golpe,
y remece el cántaro viejo que creíamos ya fundado, en cosas tan banales como la hiedra soberana
que se esconde en los zapatos de un día tan jardineado como un tibio sábado,
cuando nos vestimos de supermercados o de paseos atardecidos,
con el simple objeto
(teatral),
ese que nos hace presencial.
Confieso que si me dan a elegir un polvo a una siesta prefiero la siesta,
pues un polvo es bello cuando se sueña en las alturas.
y sin embargo todavía no se me ha santificado, ni siquiera se piensa
en la gloria,
(eterna?),
de mi muerte.
Y así me la paso
sintiéndome como el mundo.
Jugando
(todo el día)
al hombre libre.
Pensando
en mi inmortalidad siniestra,
icono de la prosapia rebelde
(melancolía).
Y mi rostro de blanco invierno
ya no tengo que pintar
No...
No es necesario ser la luna para sentir el yugo en las mariposas,
que vuelan alto cuando el ideal se hace una sombra y no se alcanza,
ni siquiera hay anhelos pues la razón ha vencido
injustamente las distancias,
(necesarias),
para dominar la puta orgía de la intrepidez y la decencia.
Si...
Me siento como el mundo.
Soy en este instante una maldita oveja,
descarriada,
trasquilada,
que jamás quiso ver a su pastor ni a su dueña,
ni mucho menos a su
(matriarcal)
causa primera,
pues,
estoy seguro,
que si la viera
(con mis narices),
jamás le sonreiría,
de hecho ni la reconocería...
pues no sería ella,
sino un dejo de versada hipocresía
en el mas allá,
de un ósculo enardecido
por las fauces de un mediodía.
Quiero que se vayan todos lejos de nada,
donde el ente conceptual se haga una divina miseria
y el desconsuelo reine entre el estiércol de la falacia,
que nadie reconoce por miedo al que dirán.
Que les importa a ustedes la verdad,
si jamás la han querido como esposa
que podrán amar siquiera,
cuando se haga la maldad
en un gemido aciago
de estepas silentes,
cuando caigan distraídas
las espina de las rosas
en las nalgas sagradas de los ilusos,
que se limpian las heces con versos
(nauseabundos),
estériles nacimientos de perspectiva
oteada en nubes de humo rosa.
Ustedes marchan vista al suelo
cual tirano día lunes que se posa entre los diarios
matutinos,
limpiando sus sobras con la retórica funesta
de las manos en los bolsillos,
y se beben un manjar de mucosa verborrea
que mas parece un homenaje a lo bizarro,
(a lo absurdo),
de ser pero no ser...
y hágase la luz en el mundo...
No estamos preparados para saber ni dilucidar la nada.
No...
No comprendemos jamás quienes somos ni que hay mas atrás.
Porque saber no es propio de lo divino.
El poder mas puro es la ignorancia.
La conciencia ya no es digna de respeto.
Ella misma es la suspensión,
(vil),
del tiempo,
que un mortal jamás nunca logrará...
Eso de detenerse a pensar.
Que hermoso es ver como la luz del mundo le da luz a tu vida. Que Dios los Bendiga a los dos.
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