:: Pausa ::


 Disímil es el misterio que aguarda la apatía de involucrarse en una espejismo, una locura, una voz que rebota ante la quimera del merodeo vertiginoso que se cierne a través de las prestidigitaciones que una existencia azarosa nos ubica como una enfermedad, que duele, pero no a nosotros.

En este misterio, se nos sitúa como una gran marea inagotable de cifras y vectores que son plenamente conscientes y disimulan este sin sentido, con otros sentidos particulares que tratan de apaciguar el puzzle de la única pregunta posible.

Esa que golpea el cuerpo cuando tu alrededor suspendes.

En ese tejido infinito, la grieta se borda con sonrisas y plegarias indudables, con fuentes de tiza multicolor en un plano convexo y sin mucha prisa, en el tiempo que una cola de un cometa quiso saciar el hambre de la duda, sembrando innumerables destinos que como la hierba, se antojan declaradamente vivos, precisos y dolientes ante la seguridad de un pedazo de tierra suspendido en todo el universo que nos ha tocado evidenciar, tantear, aparcar y destruir.

En las terminaciones verbales solemos descansar de tanta humedad salina que ni siquiera es necesaria cuando nos abandonan para morir en el precipicio entero de las cálidas mejillas.


Y en ese misterio nos aferramos a la suerte, hermosa suerte de tener un tiempo, ese que inicia, que parece eterno, sincrético y verás, humilde en lo profundo, sincero en la vergüenza, hipotético en la renuncia del otro por el todo, el poder, la mansedumbre que pisa fuerte cuando grita nuestra existencia que suprime, que destruye, privilegia, objetiviza, se declara ausente, sabelotodo, no concierne, no equivoca, puede descifrar mentiras o experto en la madurez, guardando y malgastando, odiando y sufriendo, amando hasta que la sangre nos abandona y tiñe de negro nuestros muros, caen las palabras de colores que imágenes se publican como disfraces, se derrumban las avalanchas de tu propia historia, vives muchas vidas en una sola, o talvez puedas contar contigo y, sin un trémulo, se puede provocar una renuncia sincera, abierta y eficaz hacia el acero de la espada que divide los minutos que cuentan en el cúmulo de recuerdos, un resumen archivado en la nada de la cadena que genética nos avala para seguir consumiendo y largarnos a otro planeta, colonias de un eslabón abandonado en el frío de un chiste que se cuenta solo, a la velocidad del límite de la galaxia. 


Tal es el precio de las palabras que no fueron invitadas pero que flagelan el tedio de las preocupaciones que sirven como acomodo, el delicioso amuleto del olvido, la evasión silvestre que nos refugia del miedo en medio de la muerte que nos espera en la última estación.


En la belleza nos abandonamos, y es el amor la última esperanza y el cáliz de fuego para el verano, o en el cliché galvanizado de las caricias, pues no se declaran ni se publican, íntimas medidas de seguridad ante la penumbra clandestina que combate la tendencias al tirano anónimo que sigilosos nos domina para juzgarnos en discreto sometimiento por otros que pesan menos que nosotros.


En el silencio nos buscamos, el color te abraza, las formas coinciden y en la pequeña muerte nos abandonamos un poco,


sólo un poco.






 

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