:: Ascolias o el Final de una Guerra ::
El tejo apurado por el reloj, empujado siempre hacia adelante, camino largo facineroso y fascinante, brillabas en esas tardes de verano viejo y sonriente, cuando uno se lanza por las casillas y sin mucha prisa, el tiempo detenido como una foto que se mira de vez en cuando, sobre todo en tu cumpleaños.
A veces uno descansa y se detiene, el tejo esperaba mas de la cuenta, la vida esperando mas de la cuenta, el sol y la luna giraron sin demora, de repente despertamos, de repente recordamos, de repente somos mas recuerdos que días por venir...o a veces estas a la mitad de todas nuestras juergas.
El tejo y las sonrisas, el tejo y la melancolía, el tejo y muerdes la soledad con la que forjaste el pequeño saltimbanqui que levanta la fiesta, la brisa, las tardes perdidas de tanto buscar en un vaso, el humo y todas las preguntas que se van respondiendo solas, como si volvieran al origen, a fojas cero.
De repente el espejo, de repente al otro lado, y de tanto al otro lado, eres el lado, el lugar perfecto.
Y uno sonríe, mira el horizonte y se pregunta por las hecatombes y la memoria, por los caídos y la total aniquilación de la verdad, esa que a veces cae por su propio peso, esa que a veces engaña y te somete, esa que aceptas como un castigo por todas tus valerosas ganas de imperfecta voluntad, luchando contra todas las apuestas y errores sin vergüenza.
Y uno lee y relee, y los días pasan en silencio, se acomodan, se pierden, se tatúan como siempre en la morada cómplice de la querencia exacta, como un hechicero llegando precisamente cuando se lo propone o pateando el tejo.
Y el luche es largo, es extraño. Casillas donde no quisimos estar, otras que llevaremos como banderas hasta el día de la partida y algunas que fueron de oro fundido con su propio tiempo, hoy se recuerdan con sosiego en el puerto de las despedidas.
Entonces hay casillas ocultas, números y pronósticos reservados que no se entienden hasta que amanecen y se posan como aves en la cabeza, revoloteando en el naufragio indican la casilla perfecta donde arrimarse, a este lado del espejo.
Y uno buscaba y buscaba, lanzando botellas al mar, y entre lamentos flagelantes, ahora lejanos y menudos territorios que dejamos en un pequeño espacio para recordar que siempre hay una línea muy delgada entre el abismo y la bondad de los anhelos que se buscan como escuetas esperanzas de niños que viejos buscaron las profecías por cumplir.
Tejos doblados como cucharas, cuántas cartas epistolares en tiempos de guerra, niebla demente para no caer en la casualidad, aullidos taciturnos en el albor de jornadas emparafinadas y soles que murieron esperando el tejido perfecto de la emancipación.
Entonces el tejo nuevamente avanza por el destino que se propone misterioso, en el oficio se dispone tranquilo, tierno, atolondrado. Casillas como objetivos viejos, hoy se almacenan como historias que se cuentan al calor de una hoguera silvestre, salina, al otro lado de una vida entera.
Entonces el decenio se desperdigaba desde la raíz del mar, acurrucado en la montaña, volviendo como los salmones vuelven al inicio, a contar historias, a coincidir; mientras los espejos son los otros, son de otros, ya no nos pertenecen.
El tejo, el viento dibuja el silencio de la contemplación, hace tiempo olvidé la última vez que te vi partir.
El tejo.
¿Y si saltas conmigo? Cucharas para el almuerzo y papeles para brindar.
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