3.18.2015

:: Coloreamos ::



Ella al fin se había rendido, 

de espaldas, de rodillas, al debe, sangrando por los oídos
las canciones de amor que se lo robaron...

Ella, al fin, 
se había rendido.

Y se notaba.

Dejó de imaginarlo desnudo,
dejó de masturbarse con esa furiosa sensación de placer tortuoso
que convocan las lágrimas y los espasmos, las moscas y las ventanas
abiertas, la imaginación al servicio de la propiedad privada. 

En realidad ha sido la más tonta de todas.

Pero que importaba, 

ella le amaba,
o le amó, 
ya no lo recuerda.


Ella quería rendirse, 
alejarse de todos los basureros 
e inodoros, 
instalarse un lumbago en la lengua, un descaro en el espejo, 
una zapatilla rota en la escueta definición de la calma.

Dejar de zambullirse, dejar de hablar, dejar de mirarse, 
dejar la calma para los mansos y enterrarle una daga 
a su instrumento, para que al fin pudieran parir notas de sangre, 
como debe ser...

Al final ella se había rendido,

al final.

Pero sabía que le quedaba tanto camino por recorrer, 
sabía que no le gustaba perder, sabía que no le agradaba el silencio, 
pero las despedidas nunca deben tomarse a la ligera.

Al final, hay que rendirse,
pero de a poquito, sin tanto alboroto, sin tanta menudencia, sin tanta maldad, 
sin tanta rabia, sin tanta vergüenza, sin nada en el cuerpo, sin desvestirse todas
las noches, sin involucrarse con la saliva ni las lágrimas, sin aferrarse a las cortinas
ni a las almohadas, sin tanta parafernalia, sin tanto bagaje ni espionaje, con la total y absoluta
convicción de que nada de lo que digamos podrá ser usado en nuestra contra.

Ella no estaba ni por ahí con rendirse, 

eso lo tenía claro, 

Querer nunca ha sido poder, 

y los pájaros muertos, las flores marchitas y los seres mitológicos;
en la mano no sirven de nada.

Ella gustaba de rendirse, 
por la noches.

Escuchar una canción cualquiera para invocar a los recuerdos
y ponerse a fumar...

Ella,

debe dejarlo partir.


3.02.2015

:: Taxi ::





Ella observaba...

Distante.

La burocracia del placer le robaba las ganas;
ahí en su niñez presurosa se perdían los últimos bostezos
de la inocencia.

Contrario a lo que ella creía, muchos súbditos tenía el imperio
de la necesidad, 
tanta gente perdía la cabeza por un par de papeles, 
otros seguían creyendo en los cuentos de hadas, 
muchos amaban el descaro de la hipocresía y la nula capacidad
de percibir el bagaje mortuorio de la vida cuando es ahora.
Tanta gente que ahogaba sus penas en la banca rota, 
tanta gente que amasaba pequeñas dinastías de la bendita posibilidad
de la vejez tranquila, la propiedad privada o el aumento del salario, de la pensión, 
de la protección, de la salud, o simplemente un tiempo para dejar de ser.

Las luces avanzaban de manera feroz, por delante de la ventana
de un taxi cualquiera. La ciudad olía a una noche repleta de cadenas y candados, a cámaras de seguridad, a semáforos sin memoria, a carcajadas y balazos clandestinos, a superhombres y maravillosas mujeres enjaulados en prisiones de oro, a pequeñas sensibilidades apostadas en el final de la contemplación de la obra de arte puesta al servicio de la medianía de la tabla, o a un simple lugar tranquilo donde se pueda descansar.

Hay tantas cifras y caretas sin sentido, hay tanto momento en nuestra memoria que quiere colgarse de un árbol y morir en paz. 

El chófer preguntaba el destino, sin tener una respuesta.

Ella indicaba con su mano hacía adelante, ¿hacia dónde mas?

Su mente había dejado de funcionar. Había quedado estupefacta ante tanta arrogancia.

Tanta trinchera amontonada, tanto grito en el desierto, tanta existencia sin sentido...

El taxímetro indicaba unos cuantos miles de años
y ella aún no sabía el paradero.

no quería saberlo.

ya no...

:: El Rio invisible ::

Es hacia el ocaso, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa,  hacia esa curiosa dirección por dónde nos inclinábamos cuando éramos chicos. En el...