:: El Imposible Adiós ::
La ropa tirada, los zapatos por cualquier parte, pedazos de
papel confort en el velador, un libro que nunca pude empezar, el tendedero eterno
de las emociones clandestinas, las sábanas que no quiero lavar sin previo
aviso, no tenía la mas mínima idea que las noches eran tan heladas....
Vago en un silencio adornado de bullidas meditaciones
dolorosas.
Conjeturas que se amontonan en mis bolsillo como boletos
viejos, que dan cuenta tantos viajes que no hice contigo.
Trato de levantarme, pero una vieja serie japonesa me cobija
con tanta ternura, que sólo me remito a doblar las rodillas para no sentir frío
en mis piececitos, helados de tanta pena.
Esta pena que quema el pecho, que retuerce el estómago, como
mariposas que poco a poco están siendo devoradas,
por las rastreras artimañas de los cálculos mal habidos y
mal planteados.
Quizás si no hubiera ido tan lejos, con eso de apostar a que
siempre tendría la ventaja de amontonar las dudas sin resolver, o ese sutil
desfile de máscaras, con el que danzábamos cada tarde, en que nos
despertábamos.
Me pregunto si todo esto se hubiera evitado, si yo no
hubiera jugado a empatar nuestras historias digitales, analizadas con Excel,
calculando subtotales que daban cuenta de situaciones que no se cruzarían, ni
aunque se falseara la información.
La noche avanza sin piedad, haciendo nulo caso a mis
rogativas. Poco a poco, el día empieza su lento ajetreo económico, su
desquiciado vaivén automovilístico, el rumor matutino que se alimenta de la luz
del sol. Todo comienza a brillar de mala manera, como se refleja un espejo
quebrado, torcido. Todo empieza a cerciorarse de que todo está en orden; de que
todo, en esta maldita pieza, huele a un cuerpo que, poco a poco, se empieza a
llenar de oquedades...
Se abre la mañana completa y el sueño golpea mi cabeza, como
un convidado de nubes negras.
La verdad es que, de un tiempo a esta parte, me causa pavor
someterme a las pesadillas, por eso no puedo dormir. A veces trato de
imaginarme fantasmas, o tal vez un par de compañeros que me hablasen de noche,
para salir corriendo y gritarles a mis vecinos que estoy loco; una imagen
perfecta: podría pasar de esta camisa de once varas, a una camisa de fuerza tan
bella.
Los días pasan como si hubieran sido acelerados a propósito.
La noche nunca tarda en llegar.
Un dilema cíclico.
Me pregunto qué es lo que mueve a los cuerpos a desplazarse
de las cimientes, provocando un desastre fabuloso;
una elasticidad furiosa de la existencia, que estira toda
posibilidad de manejo de la crisis.
Sufrimientos que tienen sabor a pan y agua, que se aglutina
en mis amígdalas; a pasta de dientes disecada en un cepillo que, perfectamente
podría seducir a mis muelas , las cuales inútilmente se han votado a huelga.
La ropa comienza a quedarme grande, los calcetines tirados
en el piso empiezan a recordarme los hedores macabros de mi tía Chela. No
importa. Siempre aguantarán un día más, como yo.
¿Y si por alguna razón enloqueciste? Podría, al menos,
enfocar mis descuadres a un asunto de ingrata persuasión de los sentidos. Todo
indicaría que esto fue un asunto pasional, retratado por un periodista
amarillento que no escatimaría en ponernos de portada.
Yo sigo aquí, siendo material de los cuervos que revolotean
entre mis cosas etéreas. Comen de mis entrañas y se burlan de mí. No los culpo,
todo en la vida se devuelve como un eterno retorno de nuestras equivocaciones.
Nunca fui bueno para decir la verdad, y quizás ese sea mi
único capital.
El problema es que no puedo mentirme. Los días se
me están yendo y no hay caso que quiera encerrarlos en mi pieza.
La ropa tirada, los zapatos por cualquier parte, pedazos de
papel confort en el velador, un libro que nunca pude empezar, el tendedero
eterno de las emociones clandestinas, las sábanas que no quiero lavar sin
previo aviso, no tenía la mas mínima idea que las noches eran tan heladas.
Hoy me acompañan por primera vez un par de lágrimas secas...
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