:: Planeando la estepa ::

Es posible que la espera sea 
un 
mero 
subterfugio, 
una anaconda misteriosa que recorra toda nuestra suerte, 
devorando el secreto testamento 
de las distancias prometidas, 
como brillantes epopeyas, 
como siniestras disidencias. 

No 

No es la distancia, 

ni los tiempos perdidos, 
ni las sombras. 

La verdad crece en cualquier parte. 

Menos, en el silencio de las cosas que no nos enviamos 

Un diente flojo, una mirada compleja, el pequeño mundo de las llamadas 
perdidas. 

Sobre la noche, un mantel roto, una copa derramada, las nubes pasan lentamente 
en moradas esperanzas, inocentes regalos que se envuelven con los ladridos de los perros. 

Y para qué tanta verborrea gutural, los gritos implosionan en una oscuridad permanente: 

Es la ciudad, me reclaman los muertos 

Es la Ciudad !!!! 

El encierro es un pan dulce que devoran las hormigas, para no morir en el intento. 

Que se abran todas las jaulas 
(de papel). 
que la luna ilumine toda idiosincrasia, toda demostración de cordura, o al menos esa pequeña nota 
que hace tiempo se ha desafinado. 

Volverán las aves mustias a recordarnos el secreto del mar muerto. 

La pequeña dislexia entre los continentes, donde mueren los peces, donde convergen las dudas y 
se aremolinan como cadáveres astillados por el miedo. 

No. 

No hay lugar a los barrotes, 
ni a los encierros. 

Quisimos engañar al viento, al céfiro suave de las experiencias que no nos convocan. 

Espantapájaros colgados como acertijos, como necios amuletos que corrompen el tiempo, la diversidad, la noche para siempre 
en que nos conocimos. 

No sirvió de nada. 

Las aves rapiñaron todo lo que valía, 

o tal vez la noche, 

o tal vez la tranquila procesión hacia el olvido. 

Eso suena como relámpagos en mi boca. 

Se trizan como nueces en escabeche, como almendras ametralladas contra la lengua materna, contra la tergiversada pronunciación del vocablo 
amor. 

El enojo es una lectura pequeña, una grieta en la memoria, un par de bototos negros que golpean las sábanas imperecederas, pero tan blancas. 

No hay espacio a las equivocaciones flojas, ni a las esperas grotescas. 

El miedo debe ser acallado, las barreras derribadas, las aves deben abrir sus jaulas, los peces caerán en el cebo, y así sustantivamente. 

Cárceles con murallas de barro han sido repartidas como lentas migajas. 

Renuncio al tedio de la imprecación, suenan las cadenas mientras el castillo se llena de trompetas, los dedos sangran en el piano. 

Proezas tras proezas, el aburrimiento del océano, la malgastada precariedad de los mensajes binarios, los acordeones sonando como una pasarela moribunda... 

Es el tendón elástico de las imágenes que se iluminan a contraluz, contra el destierro, contra la pérdida de la cordura. 

Es el humedal de camisas sueltas, es la voz sensual del placer que ha vencido al miedo, que ha derrocado al concilio de las sombras, al mediano mundo de las noches que se pierden en el rocío de las caricias necias, en el bajo mundo de la cerca, que se cae a pedazos entre nosotros. 

Esto no se trata de renunciar, sino de revolcarnos como luciérnagas en un reglamento que hace rato nos dejó fuera de juego. 

Somos como dos líneas blancas que caen en dislocadas direcciones que se oponen, como un nido que cae desde las ramas de un historia que nos impulsa. 

Volverán las oscuras fantasías a recorrer nuestro pequeño cuerpo, con la discordia de los dedos ajenos, con la hemiplejia del camino que desapareció. 

No se puede terminar con una pregunta, pero el arte no basta...

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