::: Valparaíso en cinco fotos ::::


Fotografías de Karina Severín.


En Valparaíso hay cerros que hacen fila,

para dibujar espacios multicolores.

Avenidas que escapan hacia el cielo,

para pronunciar el nombre

(exacto),

de la vida,

o de su pueblo.

Una sonrisa misteriosa

inunda cada puerta abierta,

como queriendo esconder

tantas historias,

que se ciernen por ahí

un poco ausentes.

Y entre los edificios roñosos,

(o algo dispares),

los pasos desaparecen,

dejando la mirada presta,

en el ayer…

Y así,

Los ojos se empujan,

(hacia delante),

para que la memoria se encargue

de traernos a los cerros,

una,

y otra,

y otra vez…

Cuando los motivos desaparecen…





En Valparaíso se contiene el alma,

que se encuentra rodeada,

de tantas espinas,

que ni la brisa marina

puede traspasar,

el paso inconsecuente

de algunos años,

cuando el mar se hace

más profundo que de costumbre.

Es mejor dormir,

en las alturas de los cerros,

dejando que la vejez del puerto

se ilumine al mediodía.

Es mejor dormir,

p l á c i d a m e n t e,

dejando que sean los alambres,

testigos omnipresentes,

de un progreso,

que no volará muy deprisa, cual gaviota,

para posarse entre la gente.

(O entre los gatos.)





Una esquina presuntuosa

arrimó su pollera amarilla,

hacia mis manos,

que se perdieron.,

descaradas,

cuando los barrotes de su historia

desaparecieron

en cada suspiro

que juntos guiaron

el horizonte acaecido

de la pasión.

El cruce de los caminos

se hizo un cómplice en la niebla,

que descifró,

entre tanta algarabía,

una lágrima en silencio,

provocando la ira de las gaviotas,

que han obligado al segundo piso,

expulsar a su amante pobre,

que sin dudar salió volando,

dejando olvidada

una bicicleta

en el ayer.

La esquina suelta una marejada

de caricias

(blancas),

que se ocultan enamoradas

en la ventisca,

y sonríe…

pues sabe,

que un hijo del puerto

nacerá colgado,

(con vista al mar),

cuando los barrotes negros,

(de su espalda),

se hagan uno,

al amanecer…






En Valparaíso hay un pueblo que esconde su obediencia,

(en bultos negros),

que se dejan anochecidos,

en la puerta trasera,

de una escala,

que muy pocas veces,

se detuvo a catar las estrellas,

(del cielo),

en un porqué.

Hay quienes se guarecen,

(en gritos despiadados),

de ingenuidad llovida.

reclamando fuerte y claro,

al torrente de las olas,

que corrompe la belleza,

de un verso en ancla,

que siempre vivo,

dirige su mirada al puerto

que lejano, ya le olvida…

Hágase la luz,

(detrás del sol),

otro día nace,

otro día siempre,

con olor a sal,

con olor a muerte,

de aquellos que,

como un perro blanco,

buscan fiel refugio,

en los amos tristes,

de la historia.

Que de conciencia me carecen.







Ventana sagrada que escondes,

(en tus entrañas)

el bolero que sufre,

junto al amanecer de l@s porteñ@s,

es@s que cuelgan su vida,

oteando la tempestad

del tiempo,

y su inocencia.

Y en cada mirada,

de reojo,

que dedican

por tus cristales,

al compañero eterno,

que saluda con el velo abierto

de sus olas,

se traza un canto nuevo,

que disfraza cuanta lágrima cobija,

la razón,

o el sentimiento.

Ventana que te desnudas,

honesta,

cercana,

y sin amores.

Que caes de los cerros,

como depósito de estrellas,

por el cielo fresco,

en el nacimiento glorioso,

de una tarde de vientos,

en primavera…

Ventana que dibujas el horizonte,

descuidado, de la vida.

Que en cada prenda destilas,

la vivencia diaria,

de pescadores y panaderos,

feriantes y Organilleros,

motemeis,

vendedor de escobas,

suplementeros,

o maniceros.

Ventana que pareces puerta

(abierta),

al ocaso del puerto,

cuando los tambores,

del día a día callan,

y tú te cierras,

dibujando vidas misteriosas,

dando paso a la noche,

o a un nuevo renacer…


Fotografías de Karina Severín.




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