Microrelato.
...Y murió....
Corrió por la calle, lejos del hogar al que llamaba su casa, para no volver….
Se sentó en la orilla de nadie para admirar las nubes, esas nubes que nacen luego de la tormenta...
Un suspiro robó del cielo y lo dedicó a esas señoras que desfilaban con aquel viento que subía a los cerros en recuerdos, de los miles de cerros que se dibujaban en el puerto de Valparaíso.
Se preguntó por su padre, aquel camino roto por los bares que prometieron siempre alegrías inmediatas, risotadas culminantes en el medio de la noche como si un trapo viejo que se deja en la costura de su madre se podría amanecer esperando el golpe duro de la puerta, cuando el alcohol hace su trabajo en las manos abiertas que se abrazaron noche tras noche, casi de madrugada, en las mejillas de su vieja... Matilde....
Helena Rosa, cruz de roma, cruzaba la calle, a diario, casi todos los días en que no era domingo. Compraba el pan recién horneado, y en su aroma sentía el viejo caminar del panadero al desayuno de las cinco, a la madrugada.
El amor, "el amor es un camino que de repente amanece" sonaba en la radio de don Pedro, viejo escudero de las letras en un pequeño kiosco de la esquina. ¡Cuantas veces diseñó estelas de juicio en recomendaciones a la alborada, de lectura de poetas o revistas, eso era o daba lo mismo, no es nada particular.
Caminaba Rosa la tarde de un día triunfante en nubes de verano,....lluvia, luces,
aceros que se aferraban a sus piernas, cortes, sangre, sudor, última mirada...un carro que aparece como cual dios, que no se sabe de donde viene.
Rosa se tendió en el suelo, rodeada de mucha gente, casi casi era un tumulto....Rosa miraba las nubes, y reconfortada, pensaba en que su muerte sería el ultimo sacrificio, para que ellos, sus amados, (padre y madre), fueran juntos por la plaza, recordando los pasos tranquilos, mejillas disonantes, ojos discretos, de aquella niña que alguna vez nació del amor de dos amantes...
Y murió...
Rosa, murió…
En una tarde de domingo….
Corrió por la calle, lejos del hogar al que llamaba su casa, para no volver….
Se sentó en la orilla de nadie para admirar las nubes, esas nubes que nacen luego de la tormenta...
Un suspiro robó del cielo y lo dedicó a esas señoras que desfilaban con aquel viento que subía a los cerros en recuerdos, de los miles de cerros que se dibujaban en el puerto de Valparaíso.
Se preguntó por su padre, aquel camino roto por los bares que prometieron siempre alegrías inmediatas, risotadas culminantes en el medio de la noche como si un trapo viejo que se deja en la costura de su madre se podría amanecer esperando el golpe duro de la puerta, cuando el alcohol hace su trabajo en las manos abiertas que se abrazaron noche tras noche, casi de madrugada, en las mejillas de su vieja... Matilde....
Helena Rosa, cruz de roma, cruzaba la calle, a diario, casi todos los días en que no era domingo. Compraba el pan recién horneado, y en su aroma sentía el viejo caminar del panadero al desayuno de las cinco, a la madrugada.
El amor, "el amor es un camino que de repente amanece" sonaba en la radio de don Pedro, viejo escudero de las letras en un pequeño kiosco de la esquina. ¡Cuantas veces diseñó estelas de juicio en recomendaciones a la alborada, de lectura de poetas o revistas, eso era o daba lo mismo, no es nada particular.
Caminaba Rosa la tarde de un día triunfante en nubes de verano,....lluvia, luces,
aceros que se aferraban a sus piernas, cortes, sangre, sudor, última mirada...un carro que aparece como cual dios, que no se sabe de donde viene.
Rosa se tendió en el suelo, rodeada de mucha gente, casi casi era un tumulto....Rosa miraba las nubes, y reconfortada, pensaba en que su muerte sería el ultimo sacrificio, para que ellos, sus amados, (padre y madre), fueran juntos por la plaza, recordando los pasos tranquilos, mejillas disonantes, ojos discretos, de aquella niña que alguna vez nació del amor de dos amantes...
Y murió...
Rosa, murió…
En una tarde de domingo….
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