:: Freno de Mano ::



La hoja marchita se mecía 
despacito 
a través del viento. 

Se alejaba conforme le permitía el tiempo 
y el espacio quebrado 
por la distancia. 

Espasmos lujuriosos, 
nocturnos, 
implacables, 
acontecían en su bajo vientre 
(recordando) 
agitando las migajas que dejan los recuerdos. 

De rodillas. 
miraba al sol 
a ese lejano suceso metafísico 
a esa cabalística y mundana casualidad 
que rayaba en lo absurdo 
(de la lengua). 
humedecida 
con el veneno de la inconclusa decoración 
de las experimentales menudencias, 
que se maceran a fuego lento. 

La hoja marchita se mecía, 
(tranquilita) 
observaba con mucho sosiego 
el árbol de cual fue expulsada 
para morir en una epistemológica verificación 
de los sensibles motivos, 
como si la caída libre fuera una posterizada fotografía, 
una flemática significación del silencio. 

La hoja marchita se mecía 
miraba de reojo las hojas del calendario, 
para vendérselas en esta feria 
donde abundan los charlatanes, 
los vendedores de nubes, 
los malabaristas del sarcasmo, 
los hacedores de la nada, 
las infinitas noches donde sobran los segundos... 

La hoja marchita se mecía 
tocaba el cielo, 
se aferraba a su propia decisión de zafarse de la niebla cotidiana, 
de la matriz de todas las equivocaciones. 

Al árbol nunca le importó mucho 
que la hoja se haya caído, 
parirá nuevas hojas y será siempre lo mismo: 
serán lanzadas al suicidio de la caída libre, 
sabe que chocarán con el hielo del tiempo, 
con el vacío del ocaso... 

La vida siempre ha sido una mezcla de orgasmos fantásticos 
y lujuriosos, 
pero al final los hijos de la oscuridad siempre se reunirán 
para bailar al son del polvo del olvido. 

Brilla el cuerpo de la hoja, se aleja lentamente, por el pasadizo lejano 
de la preñez... 

La hoja ha elegido un par de espejos retrovisores 
y una lenta frenada de mano 
para amortiguar su caída...

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