:: Jardín de Octubre ::



Hoy me di cuenta
de que mi jardín se está marchitando,
quizás producto del silencio que camina solitario,
por la fría noche de este pequeño mes de octubre,
que no para de terminar…

Y es que…

(desde que tengo memoria)
los recuerdo se me asemejan a una imagen arrugada,
carente de colores,
sobrada de silencios.

A veces quisiera comerme mis orejas,
para recordar sonidos de añejas canciones,
que mis padres sintonizaban en una radio imaginaria,
en vivencias que,
con el paso del tiempo,
prácticamente ya son casi,
imaginarias.

Es curioso…
Tan solo la tibia voz de un locutor de radio,
acompaña mis reminiscencias,
mis más tibias apreciaciones,
de una soleada tarde,
donde el sudor del cuerpo,
producto del tedio y alguno que otro movimiento festivo,
hacia frente al calor que inundaba
todo espacio compartido,
toda espontaneidad cercenada,
por la irresponsable voluntad,
de un silencio que no para de gritar,
cuando se trae a colación.

Silencios vestidos de pantalón corto,
con medallas en las rodillas,
con olor a cabro chico,
ese que observa taciturno,
que no cuestiona,
que sonríe a ratos,
que se descubre a sí mismo
un poco más tarde,
cuando es demasiado tarde…

Curioso.
El ser humano es el único concepto,
que conozco,
que medita sobre su inconclusa significancia.

Es curioso como la noche
y toda su megalómana oscuridad,
transportan el pensamiento,
a distantes parajes de la propia historia,
que nunca quiso contarse por sí sola.

Pues bien,
Mi jardín puede seguir tranquilo
el rastro de la muerte,
en este silencioso peregrinaje,
que es observado con honesta egolatría,
cuando mis palabras aparecen como esporas,
queriendo germinar de un latigazo,
en este blanco espacio,
que pretende amedrentar
los segundos,
para que se vayan lejos,
donde no se dibujen
modernos epitafios.

Pero…
Así y todo,
la sangre negra de los recuerdos
chorrea por las mejillas,
producto de este tierno silencio,
que no es capaz de borrar,
la copiosa imagen de mi jardín,
ese que se congela,
(como mis aullidos)
ese que no para de morir a cada pequeño instante,
de esta noche y sus misterios
(dos verdugos apacibles),
que se encargarán,
en un par de días más,
de borrar todo vestigio
de esta verde novela,
que se empecina en revivir,
(en su agonía)
todo el recuerdo de aciagos momentos
sepultados,
en el orden eléctrico de las evocaciones.

Se vive para gastarse.
Se muere para descansar.

Silencio, silencio

¿Cuándo llegarás?

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