12.11.2007

La Fotografía de la Pesadilla




""La imagen de ese buitre acechando a una niña moribunda en África le persiguió en vida. Con ella atrapó el Pulitzer, pero también la maldición de una pregunta: “¿Qué hiciste para ayudarla?”. A Kevin Carter, cronista gráfico de la Suráfrica del 'apartheid', la presión le empujó al suicidio. Un periodista testigo de aquellos años rememora su figura.



Un hombre blanco perfectamente bien alimentado observa cómo una niña africana se muere de hambre ante la mirada expectante de un buitre. El hombre blanco hace fotos de la escena durante 20 minutos. No es que las primeras no fueran buenas, es que con un poco de colaboración del ave carroñera le salía una de premio, seguro. Niña famélica con nariz en el polvo y buitre al acecho: bien; no todos los días se conseguía una imagen así. Pero lo ideal sería que el buitre se acercara un poco más a la niña y extendiese las alas. El abrazo macabro de la muerte, el buitre Drácula como metáfora de la hambruna africana. ¡Ésa sí que sería una foto! Pero el hombre esperó y esperó, y no pasó nada. El buitre, tieso como si temiera hacer huir a su presa si agitara las alas. Pasados los 20 minutos, el hombre, rendido, se fue.


No se debería de haber desesperado. Una de las fotos se publicó en la portada de The New York Times y acabó ganando un premio Pulitzer. Pero incluso así se desesperó. Y mucho. El hombre blanco era un fotógrafo profesional llamado Kevin Carter. A los dos meses de recibir el premio en Nueva York se suicidó.


Hay dos preguntas. La primera, ¿por qué se suicidó? La segunda, ¿por qué no ayudó a la niña? La respuesta a la primera es relativamente fácil. La respuesta a la segunda es más interesante.



Remontemos.


Kevin Carter nació en Suráfrica en 1960, dos años antes de que Nelson Mandela empezara su condena de 27 años de cárcel. Al llegar a la adolescencia empezó a entender que ser blanco en Suráfrica significaba ser una de las personas más privilegiadas de la Tierra y, al mismo tiempo, cómplice de una atroz injusticia. Cumplidos los 24 años, Carter descubrió que el periodismo era el terreno donde libraría su guerra particular contra el apartheid.


Comenzó su carrera en 1984, cuando las poblaciones negras en las periferias de las grandes ciudades -como Soweto, que estaba al lado de Johanesburgo- se convirtieron en campos de batalla. Jóvenes militantes negros, cuya única fuerza residía en su ventaja numérica, lanzaban piedras a los policías y a los soldados, que respondían con gases lacrimógenos, balas de goma o balas de verdad. Cientos murieron, miles fueron encarcelados. Soweto ardía, y allá, casi permanentemente instalado, estaba Carter, fotógrafo novato de The Johannesburg Star, expiando su culpa.


La gran ironía de la historia reciente de Suráfrica es que cuando salió Mandela de la cárcel en 1990, cuando empezó el proceso de paz que condujo cuatro años después a la democracia, se desató una violencia mucho mayor. Durante casi la totalidad de aquellos cuatro años, Soweto y otra media docena de poblaciones negras en los alrededores de Johanesburgo vivieron una anarquía asesina demencial, nutrida por opositores al proyecto democrático, en la que murieron unos 12.000.



Allí, una vez más, estaba Carter. Todos los días. Se presentaba temprano por la mañana a los campos de la muerte, como se presentan los oficinistas a sus lugares de trabajo.


Yo también me presentaba allí, pero con menos frecuencia y más tarde. Siempre que llegaba a estos lugares, en pleno tiroteo o minutos después de una masacre, ahí veía a Kevin Carter, sudado, polvoriento, bolso sobre el hombro, cámara en mano. A él y a sus tres amigos fotógrafos, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva. Les llamaban a los cuatro “el Bang Bang Club”. Hacían fotos espeluznantes y se exponían a peligros extraordinarios. Yo había llegado a Suráfrica en 1989 tras seis años cubriendo las guerras de Centroamérica.



Vi pronto que daba mucho más miedo estar en 1992 en un lugar como Tokoza o Katlehong, a escasos kilómetros de Johanesburgo, que en 1986 en los frentes del oriente de El Salvador o el norte de Nicaragua. Porque en los lugares donde los negros, animados por los blancos, se masacraban podía pasar cualquier cosa en cualquier momento y en cualquier lugar. Con un Kaláshnikov, una lanza, un machete o una pistola. Ahí trabajaba Carter. Ahí se pasaba desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía haciendo fotos de gente matando y de gente muriendo.


Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una coraza emocional.

No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión. Carter y sus tres camaradas dormían poco, además, y consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un acelere mental y en un estado de anestesia emocional casi permanentes. Si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran la epidermis, habrían sido incapaces de hacer su trabajo.



El entorno era alocado, pero el trabajo era importante. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto a menos peligro, habría habido más muertos, menos presión política para acabar con la violencia. Ésta era la contribución de Carter a la causa de sus compatriotas negros.
En marzo de 1993 se tomó unas vacaciones de Tokoza y Katlehong y se fue a Sudán. Ahí, apenas aterrizar, es donde vio a la niña y el buitre. Respondió con el frío profesionalismo de siempre. No habría podido elegir otra manera de actuar. Estaba programado, anonadado. El único objetivo era hacer la mejor foto posible, la que tuviera más impacto.



Ahí empezaba y terminaba su compromiso. La lógica era muy sencilla: si hacía una foto potente, se beneficiaría a sí mismo, pero también ampliaría la sensibilidad de los seres humanos en lugares lejanos y tranquilos, despertando en ellos aquella compasión -precisamente- que en él estaba necesariamente adormecida.


Por eso no hizo nada para ayudar a la niña. Porque si la hubiera ayudado, no habría podido hacer la foto. Porque había llegado al límite de sus posibilidades.


El problema era que la gente normal, empezando por su propia familia, no lo entendía. Fuera donde fuera, le hacían la misma pregunta. “Y después, ¿ayudaste a la niña?”. Se convirtió en un agobio, una pesadilla. Los únicos que no le hacían la pregunta, porque para ellos no era necesario hacerla, eran los amigos del Bang Bang Club.


En abril de 1994 le llamaron desde Nueva York para decirle que había ganado el Pulitzer. Seis días después, su mejor amigo, Ken Oosterbroek, murió en un tiroteo en Tokoza. Toda la emoción reprimida a lo largo de cuatro años salvajes explotó. Carter se quedó destruido. Lloró como nunca y lamentó amargamente que la bala no hubiera sido para él.


El mes siguiente voló a Nueva York, recibió el premio, se emborrachó, incluso más de lo habitual, y volvió a casa. La guerra se había terminado. Mandela era presidente. Suráfrica tuvo su final feliz, pero la vida de Carter dejó de tener mucho sentido. Quizá en parte porque el peligro de la guerra había sido su droga más potente, la que le había creado mayor adicción.



Siguió trabajando, pero, perseguido por la muerte de su amigo y -ahora que se había quitado la coraza- la angustia moral retrospectiva de la escena con la niña sudanesa, se hundió en una profunda depresión. No podía trabajar, o si lo intentaba, caía en errores absurdos. Llegaba tarde a entrevistas, perdía rollos de fotos que ya había hecho. Y tenía problemas en casa: deudas, desamor...


El 27 de julio de 1994, exactamente tres meses después de las primeras elecciones democráticas de la historia de su país, Carter se fue a la orilla de un río donde había jugado cuando era niño, antes de que supiera lo que era el apartheid, el sufrimiento, la injusticia. Y ahí, por fin, dentro de su coche, escuchando música mientras inhalaba monóxido de carbono por un tubo de goma, logró la paz, la anestesia final de la muerte.""

(Fuente: www.elpais.com)

12.04.2007

El software no nos hará libres


Tecnología

  1. f. Conjunto de conocimientos específicos de un determinado oficio o arte industrial:
    Ej: tecnología agroalimentaria.


  2. Conjunto de los conocimientos, instrumentos y métodos técnicos empleados en un sector profesional:
    Ej: tecnología de la información.

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Curioso.

¿Y donde está el impacto social de soportar el cambio en el paradigma de la contingencia de la influencia de la tecnología en la sociedad, en la pobre definición que aparece en la RAE?

Siempre he pensado que los conceptos nos esclavizan dramáticamente y siento en el ambiente el olor a muerte del sistema imperante a base de justificaciones en simples acuerdos, que no son gratuitos para nadie.

La nueva forma experimental que ha contribuido a la homogeneización del mundo, en esta aldea global focalizada en la “era del yo” (que pone al marketing y su dedo índice como el gran gestor) genera una ilusión de individual dominación casual del entorno, ocurrida en momentos precisos en el devenir diario.

Así, el consumidor se engaña pensando que todo mensaje alentador, disfrazado de una maquinación estratégica que recibe del medio, está completamente dirigido hacia él, para someter su existencia a la egolatría.

En resumidas cuentas es asumido como la búsqueda de su propio tesoro.

Quizás Tolkien tenía razón pues la vida puede que sea una gran batalla declarada a favor de algo tan pequeño y sin sentido, que encierra grandes misterios para los que somos llevados a la guerra, o quizás decidimos corrompernos y servir al imperio de la necesidad ( ¿Qué les dice la frase “is my precious”?).

Se suponía que las “nuevas tecnologías” romperían las barreras de desigualdad y muchos de nosotros mirábamos al nuevo siglo como un “Mesías post moderno”,

Un “¿segundo renacimiento?”.

Al menos había mucha expectativa.

¿Y que ha pasado?

Pues nada….

Sigue habiendo pueblos que se mueren de hambre; las diferencias sociales se han acrecentado en Latinoamérica y países de “tercer nivel” (catalogados así por jactosos) llegando a niveles espantosos de injusticia en la distribución de los recursos; gobiernos sumidos en la demagogia, los unos, y neoliberales alineados con el imperio del norte o, los otros.

El arte se relega al patio trasero del consumismo, como algo que distrae en ratos libres, es mas, se habla de la “industria del entretenimiento”.

¿Y cual es el rol de la tecnología? Pues ninguno…o todo a la vez.

Veamos

Por allá por 1984 cuando Stallman funda la FSF (Free Software Foundation) estableciendo el inicio de la era del “software libre” de licencias corporativas (respondiendo al fenómeno de los sistemas operativos privativos, forzando a los usuarios a aceptar condiciones restrictivas que impedían realizar modificaciones al software (1)).

Se inicia por ese entonces, un proceso fascinante que hace algunos años vino a plantear un desafío global en la forma de cómo se mueve el arte oscuro de los negocios y la gestión del conocimiento, el cual en una empresa no es algo que sea dejado a la improvisación.

Hoy en día se sabe que la información es poder, y eso supone que el manejo de esta misma responde al hecho de que el conocimiento este disponible en todo momento y en todo lugar.

Esto no es algo menor si consideramos que antes se tenía que recurrir a bibliotecas o a universidades para averiguar sobre temas que eran de interés general, es decir, se vivía en contemplación plausible del entorno.

Esta reflexión acerca de la nueva forma de adquirir conocimiento suponía el fin de las diferencias en las oportunidades y el inicio de la creatividad en su máxima expresión. Las profecías de los expertos (2) aullaban que era tal la panacea del “Open Source”, que incluso cada ciudadano del planeta tendría acceso gratuito al fascinante mundo de la informática, doblando la mano a la tarea gloriosa del mercado que imponía como necesario el pago por la integración a las nuevas condiciones siendo menester dejar de ser neófitos informáticos, como si fuera un tributo necesario por el “favor” de acceder al “regalo de los dioses”.

¿Quién dobló la mano a quien?

Hoy en día gastos para la compra de un computador, o la incorporación del pago del servicio de Internet ya se incluyen en el presupuesto mensual.

Estamos en presencia de un cambio en la estructura clásica de la familia, en donde la comunicación con individuos de otros lugares del país o el mundo entrega una experiencia ¿enriquecedora? en el afluente social que se percibe y se asimila como normal. Incluso el concepto de infidelidad supone un cambio en la observación acostumbrada pues los ciber amantes complementan las querencias espirituales con las físicas que ofrece su pareja en el “mundo real”. Un fenómeno interesante de analizar por filósofos, psicólogos o sociólogos.

Los colegios, caber cafés y centros comunitarios que ofrecen acceso a computadores con Internet y a herramientas de trabajo de oficina y diseño, se han transformado en una institución necesaria y por todos aceptadas, cuando antes eran fenómenos aislados dignos de admiración o reproche, según la ceguera con que se quiera ver.

Todo está en regla y acorde a las predicciones de los eruditos.

Pero yo me pregunto

¿Alguno de ellos tiene software de libre distribución? ¿Linux (3) es el sistema operativo por defecto en los computadores que se postulan como armas de esta “revolución”?

La respuesta es más que evidente: NO.

Pueden existir algunos casos aislados, y los puritas me odiaran por tal aseveración, pero creo que el enfoque del software libre ha sido errado. Y explicaré porqué:

Una definición de Software Libre'' se refiere a la libertad de los usuarios para ejecutar, copiar, distribuir, estudiar, cambiar y mejorar el software. De modo más preciso, se refiere a cuatro libertades de los usuarios del software:

  • La libertad de usar el programa, con cualquier propósito (libertad 0).
  • La libertad de estudiar cómo funciona el programa, y adaptarlo a tus necesidades (libertad 1). El acceso al código fuente (4) es una condición previa para esto.
  • La libertad de distribuir copias, con lo que puedes ayudar a tu vecino (libertad 2).
  • La libertad de mejorar el programa y hacer públicas las mejoras a los demás, de modo que toda la comunidad se beneficie. (libertad 3). El acceso al código fuente es un requisito previo para esto.

Un programa es software libre si los usuarios tienen todas estas libertades. Así pues, deberías tener la libertad de distribuir copias, sea con o sin modificaciones, sea gratis o cobrando una cantidad por la distribución, a cualquiera y a cualquier lugar. El ser libre de hacer esto significa (entre otras cosas) que no tienes que pedir o pagar permisos.”

Si tomamos la premisa de que hay una deuda pendiente en la educación frente a la revolución de las tecnologías de la información, el software libre presenta muchas ventajas a nivel técnico, económico, social y cultural pues permite la adaptación de la solución a una necesidad propia de nuestra realidad imperante, de manera tal, que permite la libre investigación del código y su estructura, es decir, se puede estudiar y aprender el funcionamiento de estas herramientas.

El software es el lenguaje de nuestro tiempo (y la Internet el opio del pueblo, ja ja), como tal, es evidente que las instituciones educacionales deban promover la cultura del software libre, por sobre uno propietario (licenciado) (5) puesto que este último no permite la investigación acerca de su funcionamiento y esto limita las capacidades investigativas e innovadoras de alumnos que quisieran seguir el flujo de la información y aprender de ello. Además, se estaría cercando la posibilidad de desarrollo puesto que las licencias derivan en dependencias de soporte y religiosidad ante la posibilidad de tratar de migrar tecnología vieja a una actualización de versión.

El aprendizaje del ciclo de vía del software influye en conductas constructivistas, pilar fundamental en el proceso educativo tanto en Chile como en el mundo.

No se puede fijar la vista en visiones netamente tecnocéntricas. Se debe apostar a la diversidad.

No sólo de “ventanas” es el mundo de la informática. Hay que evaluar que esto es un asunto ético que no deja de ser trascendental a la hora de evaluar el impacto de la uniformidad de conocimiento, y el que esto supone en las personas y su integridad. Si esto se plantease en actitudes que se pueden deducir del uso de software libre podríamos citar:

  • Tendencia a la creación de nuevas soluciones;
  • Trabajo en equipo;
  • Investigación, y por último;
  • la capacidad de ser consciente de que se puede elegir de acuerdo a las necesidades o expectativas de cada individuo, negando la idea odiosa de que todo está hecho y debe ser impuesto, dejando la responsabilidad al “mundo” para que me entregue lo que “satisfaga mis necesidades”.

Si de legalidad hablamos, ¿Cuántos de nosotros tenemos copias de software licenciado que viola la ley de propiedad intelectual? Así, si se detiene en la observación de las instituciones educacionales como pilares en la entrega de valores sociales (como el respeto y la honradez), esto estaría menoscabado por la cantidad de dinero que se tendría que pagar por una licencia que obliga a usar productos sólo por tendencia.

El Software libre carece de ese problema, a mi parecer.

Y quizás la última crítica que se hace al software libre es a su ¿poca robustez?, es decir, propenso a fallas, sin posibilidad de soporte o garantía que permita solucionar los problemas, lo cual es completamente falso.

¿Qué mejor que tener a todo el mundo solucionando un problema que se reporta como propio, cultivando un gesto de solidaridad mundial que a veces se nos viste de utopía?

Estudios realizados a bases de datos aseguran que el motor MySQL (6) tienes menos fallas que cualquier otro corporativo.

Teniendo todas estas ventajas ¿Qué es lo que falta entonces para saldar cuentas con la tecnología?

Disposición. Ganas de ayudar desinteresadamente.

Nos olvidamos del ser humano, de su papel en esta nueva época que enfrentamos y confiamos en que la informática haría el trabajo sola.

Craso error.

En Chile no hay políticas que promuevan software libre, es mas, el Gobierno ha formado hace poco un acuerdo con Microsoft, lo cual presagia cual será el camino a seguir.

Pero aún mas, El problema radica en los gestores del conocimiento y uso del software libre, es decir, parte de la población que está ligada al estudio y uso de este, (léase universidades, profesores, ingenieros, técnico y todo profesional que esté consciente de que dar es lo mismo que recibir).

Los profesionales de la informática tenemos una deuda pendiente con la difusión social de los beneficios del software libre, limitando esto sólo a páginas Web y desarrollos particulares. El proceso educativo es parte de toda la sociedad y si bien la libertad de cada individuo de vivir libre, esto conlleva una responsabilidad social olvidada.

Y ese es el problema medular de la desigualdad.

Se ha sacado al hombre del centro, poniendo a la tecnología en si misma, como panacea de las nuevas tendencias y apreciaciones. Hemos regalado a la industria la planificación de la vida.

No hay excusas.

Hemos de educar a aquellos que no han acudido aún al banquete de la tecnología. La única forma de poder romper las brechas es educando, pero participando activamente en este proceso, entendiéndolo como un sistema complejo que vive y como tal necesita alimentarse.

Hoy en día el conocimiento está a dos clics y un google de distancia, sin embargo pareciera que se vive dormido incluso más que antes.

Curioso.

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Definiciones Técnicas

  • (1) Software: Se denomina software (palabra de origen anglosajón, pronunciada "sóft-uer"), programa, equipamiento lógico o soporte lógico a todos los componentes intangibles de una computadora, es decir, al conjunto de programas y procedimientos necesarios para hacer posible la realización de una tarea específica, en contraposición a los componentes físicos del sistema (hardware). Esto incluye aplicaciones informáticas tales como un procesador de textos, que permite al usuario realizar una tarea, y software de sistema como un sistema operativo, que permite al resto de programas funcionar adecuadamente, facilitando la interacción con los componentes físicos y el resto de aplicaciones.

  • (2) Experto: Nerd (Una bromita)

  • (3) Linux: es la denominación de un sistema operativo tipo Unix y el nombre de un núcleo. Es uno de los paradigmas más prominentes del software libre y del desarrollo del código abierto, cuyo código fuente está disponible públicamente, para que cualquier persona pueda libremente usarlo, estudiarlo, redistribuirlo y, con los conocimientos informáticos adecuados, modificarlo.


  • (4) Código fuente: puede definirse:
    • Un conjunto de líneas que conforman un bloque de texto, escrito según las reglas sintácticas de algún lenguaje de programación destinado a ser legible por humanos.
    • Un Programa en su forma original, tal y como fue escrito por el programador, no es ejecutable directamente por el computador, debe convertirse en lenguaje de maquina mediante compiladores, ensambladores o intérpretes.

  • (5) Programas propietarios: El software no libre (también llamado software propietario, software privativo, software privado, software con propietario o software de propiedad) se refiere a cualquier programa informático en el que los usuarios tienen limitadas las posibilidades de usarlo, modificarlo o redistribuirlo (con o sin modificaciones), o cuyo código fuente no está disponible o el acceso a éste se encuentra restringido .

  • (6) MySQL :es un sistema de gestión de base de datos relacional, multihilo y multiusuario con más de seis millones de instalaciones. MySQL AB desarrolla MySQL como software libre en un esquema de licenciamiento dual. Por un lado lo ofrece bajo la GNU GPL, pero, empresas que quieran incorporarlo en productos privativos pueden comprar a la empresa una licencia que les permita ese uso. Está desarrollado en su mayor parte en ANSI C.

:: El Rio invisible ::

Es hacia el ocaso, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa,  hacia esa curiosa dirección por dónde nos inclinábamos cuando éramos chicos. En el...