12.25.2017

:: Serafín Caído Vengador::




Uno puede mirar el horizonte y oler.
El olfato no engaña y es sabido que en lo profundo de la calamidad, de la resaca y el momento que nosotros celebramos, (que muchos anunciarían como perdido) está la magia de sabernos como iguales.
Es algo más que tolerancia.
En los bajos fondos podemos jugar a las cartas y apostar abrazos ebrios, enarbolando antorchas de fatalidad, riéndonos de las ridículas licencias y del dinero que nos cambian por nuestro tiempo.
Y lo maravilloso es que no nos importa.
Y salimos de la caverna, para levantar la mirada y ver la miseria.
Entonces decidimos volver a entrar, para retirarnos a la fiesta del olvido.
Y aquí estaremos siempre, danzando en la hoguera de la locura.
Los demás pueden irse al cielo, con sus arpas de oro.
Acá estamos los sin patria, los hijos desterrados de Platón.

12.09.2017

:: La Pregunta ::




¿Es la pregunta un error?


Esperaba el metro. 

Era tarde. 

De esas tardes cuando se respira hondo,mientras el manto de colores suele caer como un pañuelo, y los ojos hipnotizados se pierden al ritmo de la melancolía.

O de la frialdad de la reflexión nula.
A veces se parecen.

Era tarde.

Todo empieza a tornarse un tanto oscuro. Algo parece que nos quisiera absorber, algo que sabemos desde el alba propia, pero obviamos y dejamos fluir, quizás porque nos hemos mezclado con esta suerte de necesidad de vivir por vivir.

Quizás sea un error. 
La pregunta.
Todo alrededor puede ser una respuesta,una condición o una consecuencia. 
Para ella son preguntas que insisten en abordarla, por lo general cuando ya es demasiado tarde.

El metro tardaría al menos quince minutos. 
Aún tenía tiempo.
Aún podía arrepentirse y observar las miradas de aquellos que también esperaban. O retornaban. Da lo mismo.

Es que las preguntas son así.
Aparecen y desaparecen. En una respuesta o en la locura 
silenciosa de la duda. 

Era tarde. 

Habían muchas dudas por resolver.

El crepúsculo solía encobarse, precipitando un concierto granate de 

belleza, que abrazaba todas las respuestas.

Ella, como siempre, jugueteaba con su olvido. A veces era su perfume. Otras veces era el aroma de sus versos.

O de sus besos. Da lo mismo.

Era tarde.

Tarde para volver a releerlo.
O a besarlo. 

Quizás podía odiarlo mas de la cuenta cuando guardaba silencio. Quizás se llevó todas las respuestas, y la dejó sentada en un cuadro perfecto de días íntimos y una larga lista de asuntos que ya no les competen.

Era tarde.

Y siempre hay paz cuando uno se pierde en un atardecer. 

Era como si escuchara el piano lento de los nocturnos, ese que por las noches oía con un cigarrillo, en el viejo reproductor de discos compactos, que le habían regalado para un aniversario.

Era tarde. 

Y ya no recordaba la fecha.
Ni las horas, ni los días, ni los muchos años que pasaron.

Eran ahora parte de otra pregunta con otras respuestas.

Y de pronto, la luz. El faro que se aproximaba como un huracán. El metro enarbolaba el reflector que indicaba su advenimiento, desde la otra estación.

Ella temblaba de tantas preguntas. 

Sabía que podía ser fácil. Bastaba con dar una media vuelta y bajar por los escalones para perderse entre la noche que se avecina. Podía dejar las preguntas tal cual, como siempre, en el centro de lo importante, en medio de la nada que aprendió a decorar con todo el resto que aguardaba en su cabeza.

Siempre supo que no sería fácil.

Era tarde. 

Y tarde era para dar un paso atrás. 
El metro ahora gritaba fuerte su llegada. No eran mas que segundos los que faltaban. Su cuerpo era un relámpago de escalofríos. Esa ridícula expectativa que trataba de disimular.

Era tarde. 

Y el atardecer se le vino encima. 
Como una pesada carga, como una bruma que niebla los ojos.

Las puertas del metro se acercaban vertiginosamente. Pronto se abriría el portal que esperaba desde hace tanto tiempo.

Era tarde.

Demasiado tarde. Tenía tantas preguntas. Tantas caretas que podría usar como un escudo de lágrimas o una lanza de fuego. 

Pero estaba ahí, desnuda. Las preguntas rasgaron toda su armadura.

Siempre supo que ya no tendría a resguardo sus atesoradas respuestas.

Las puertas no terminaron de abrirse, 
cuando al fin 
pudo emitir una frase muy sencilla
una figura gramatical 
neutra del espanto:

.-  ¿Quién eres tú?.


:: El Rio invisible ::

Es hacia el ocaso, hacia esa curiosa, hacia esa curiosa,  hacia esa curiosa dirección por dónde nos inclinábamos cuando éramos chicos. En el...