El Jugador.
""¡Dios mío! ¡Con qué alegre ánimo escribí yo entonces los últimos renglones! O más bien, con qué confianza en mí mismo, con qué esperanza inquebrantable. No dudaba lo más mínimo de mí. Han pasado dieciocho meses y estoy en peor situación que un mendigo. ¿Pero qué me importa? ¡Me tiene sin cuidado la miseria! ¡He causado mi propia perdición! Además, ninguna comparación es posible y es inútil predicarse a sí mismo la moral. ¡Nada hay tan absurdo como la moral en semejantes momentos! Las gentes satisfechas de sí mismas, ¡con qué orgullosa satisfacción están dispuestas a censurar la conducta ajena! Si ellos supieran hasta qué punto me doy cuenta de mi ignominiosa situación actual no tendrían seguramente valor para culparme. ¿Pero qué pueden decirme de nuevo que yo no sepa? El hecho es que todo puede cambiar con una sola vuelta de la rueda, y entonces esos mismos moralistas serán los primeros -estoy seguro de ello- en felicitarme con amistosas bromas. Y no me vo